Eduardo Ramírez Aguilar resultó ganador de las elecciones para gobernador de Chiapas de junio pasado. Casi desde el momento mismo de su triunfo, desplegó una labor de acercamiento y encuentro con distintos sectores sociales, nacionales y extranjeros que le permitieran fortalecer su plataforma de acción de cara al inicio de su periodo gubernamental.
Su legitimidad no está en duda: obtuvo 1,866,190 votos (el 79.23 por ciento del total), el mayor número en la historia electoral del estado, y su alianza partidista fue la mayor jamás registrada: nueve partidos lo respaldaron.
Desde los días de campaña y hasta el momento de la toma de protesta, lo que se ha dicho y escrito sobre él es abundante y las expectativas que generó su elección no han disminuido, sino que, por el contrario, ante un escenario de ingobernabilidad creciente en la entidad, se incrementaron. Esto es normal cada seis años: se espera que el nuevo mandatario resuelva los problemas que existen, sean recientes o añosos. Lamentablemente, el ejercicio del gobierno no permite, aunque se quiera, darle la vuelta a la página cada inicio de sexenio y partir de cero. Al contrario, algunos de los problemas se heredan y podrán ser resueltos, otros serán aminorados y aparecerán unos más. Así es la tarea de gobernar. Además, a los inconformes de ayer, que podrían dejar de serlo, los acompañarán los de hoy.
Gobernar, pues, significa un constante balance de los frágiles equilibrios políticos –con sus implicaciones económicas, sociales y administrativas– para avanzar en los proyectos que se deseen poner en marcha.
Sin embargo, hay algo que en la propia biografía del gobernador en funciones destaca: la búsqueda de la simetría entre la práctica política y el cultivo de las ideas. Según su historia de vida, ha sido alcalde de su ciudad natal, Comitán de Domínguez; diputado federal, secretario de Gobierno de Chiapas, senador y presidente de la Cámara Alta. Sobresale este último encargo ya que le permitió conocer el pulso nacional desde un espacio privilegio e interactuar con los más disímbolos personajes. El respeto al contrario y la escucha atenta son condiciones insustituibles para el buen desempeño de la representación del Senado.
Por su parte, sus estudios los realizó en el ámbito de las ciencias sociales: licenciado en Derecho, maestro en Derecho Constitucional y Amparo, y doctor en Ciencias Políticas. Cumplió con los ciclos de formación formalmente establecidos. Tiene vocación docente: hasta hace poco, se desempeñó como profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México en donde tuvo a su cargo de los cursos de teoría del Estado y teoría de la Constitución. Es decir, le atrae la forma en que las ideas políticas se materializan en la cotidianidad y el modo en que las instituciones, formales o informales, orientan –cuando no determinan– la conducta de la ciudadanía.
Su obra escrita consta de la coautoría de Los bicentenarios de Chiapas: de la Independencia a la Federación y la autoría de La participación del pueblo y la revocación de mandato y Plan Chiapas Transformador publicado en los meses de campaña electoral que, como se comentó en este mismo espacio el 13 de mayo, está a medio camino entre el trabajo académico y la plataforma política. De igual manera, tiene en su haber una serie de artículos de opinión en donde mostró algunas de sus ideas para el gobierno que, ahora, encabeza y participó en la discusión pública sobre algunos de los temas de coyuntura como la reforma al poder Judicial o aspectos de mayor profundidad como las condiciones democráticas del país, la migración y la política social.
Los estudios de grado y posgrado, la docencia y la escritura requieren paciencia, reflexión, constante regreso a lo ya plasmado para su revisión; en fin, sopesar ideas. La contemplación, junto con el intercambio dialógico, devienen necesarias en el trabajo académico. El cubículo y el aula son los espacios naturales del académico, pero también lo debe ser la plaza pública. Esto es particularmente importante cuando lo que se analiza tiene que ver con el poder. Al ser este una realidad actuante, para “observarlo” se requiere estar cerca de los actores o de quienes sufren sus consecuencias.
Los problemas de Chiapas no pueden esperar, pero la capacidad analítica del gobernador Ramírez puede ser la diferencia para el diseño, implementación y evaluación de estrategias inmediatas y otras de mayor tiempo para reconducir a la entidad a un destino que no sea el precipicio.
A su interés por reflexionar, le deberá añadir –algo que no es novedoso para él– la acción y la lucha política cotidiana. Sería muy grato ver que cada determinación del poder se justifique con reflexiones del Derecho, de la teoría política clásica o contemporánea o de la historia de México y de Chiapas. No porque se desee una muestra de erudición, sino porque toda determinación siempre está justificada. Hay que ver desde dónde se apoya. Por supuesto, no coincido en que sólo los sabios deben gobernar. Estoy lejos de la idea de Platón.
Parece que Eduardo Ramírez reúne, como pocas veces ha ocurrido en la historia chiapaneca, dos identidades: la del político y la del científico, para hacer eco de Max Weber, aunque, sobresale la primera: es un político con inclinación académica. ¿Qué tanto le servirá esta propensión para el manejo de la cosa pública?