Es muy difícil decir que el sexenio que culminará este mes de septiembre no es histórico. Quien encabezó el gobierno, las decisiones que tomó, las declaraciones que ofreció, la forma de conducirse con sus opositores y los grupos antagónicos, hasta la relación con su familia y su propia sucesión se registrarán en la historia política nacional.
Andrés Manuel López Obrador es, no hay duda de ello, un líder sinigual en la época reciente del país. Su estilo confrontativo, que no cambió durante su mandato presidencial, junto con la fuerza de su narrativa que hizo que su partido ganara elecciones en todos los niveles de gobierno, incluyendo, por supuesto, la Presidencia de la República, en contrasentido a lo dicho por integrantes del círculo rojo que auguraban un desgaste del morenismo.
Morena, como partido-movimiento, no puede entenderse sin la figura central y, acaso, única de López Obrador lo que supone un reto fundamental para la organización: pasar del personalismo a la institucionalidad. Quién sabe si sus integrantes quieran y si lo quieren, si puedan. Como ocurrió en otros años, en el viejo sistema político mexicano, la figura de hombres fuertes se mantuvo durante mucho tiempo y no fue sencillo hacerlos a un lado.
En estos seis años pasó de todo, hasta lo impensable. Inició con una transición tersa entre el gobierno saliente, encabezado por Enrique Peña Nieto, hubo una revisión de la estructura de la administración pública y de los salarios del personal público y se iniciaron los megaproyectos. Llegó una pandemia de escala planetaria que puso en jaque los planes gubernamentales y sometió a prueba, también, la capacidad de respuesta instalada como las nuevas políticas de salud. El periodo de gobierno termina con una polémica reforma al poder Judicial de la Federación que ha movilizado a una parte significativa de sus empleados en contra de la misma y ha mostrado que, si bien es urgente un cambio en ese y en los demás poderes de la Unión, se hizo sin los procesos de negociación suficientes, y con una crisis de seguridad que muestra la capacidad de los grupos criminales para disputarle a los gobiernos municipales, estatales y federal la soberanía de territorios. Es inocultable la crisis que hay en algunas partes de México en donde el Estado de Derecho ha sido sustituido por la ley de la banda que es dueña de la plaza.
Como la inmensa mayoría de las acciones emprendidas durante el sexenio 2018-2024, lo relativo a la contención de la pandemia, tanto en sus efectos directos como indirectos, fue motivo de crítica y cuestionamiento. Lo cierto es que la recuperación económica no ha sido la mejor y las tragedias familiares fueron mucho mayores a las esperadas.
La política social del sexenio que transitó de un modelo de mediadores o intermediaros a uno de entregas directas de apoyos a las personas beneficiarias, redituó en simpatías y votos. Estas políticas son necesarias, pero insuficientes para convertir a México en un país de clases medias, aunque las cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social muestran un dato alentador: entre 2018 y 2022, cerca de cinco millones de personas dejaron de ser pobres. Sin embargo, la pobreza extrema creció en alrededor 400,000 personas. México es un país desigual. No puede ser que en Chiapas siete de cada diez personas sea pobre; en Guerrero, seis de cada diez, y en Oaxaca y Puebla la mitad de la población lo sea.
No se le puede restar mérito a la figura del presidente saliente. Mantuvo una cercanía con el sector que lo apoya. Las conferencias matutinas y el uso de un lenguaje sencillo y directo en sus mítines hicieron que el vínculo con lo que él llama pueblo no se perdiera, sino que se fortaleciera.
López Obrador le entregará el gobierno de la República a una mujer. Esto también es un parteaguas en la vida nacional. Una vez que rinda la protesta constitucional en sesión del Congreso General, habrá terminado el primer sexenio de Morena e iniciará otro, el denominado segundo piso de la cuarta transformación. ¿Cuántos más vendrán con ese mismo signo partidista?