El universo / Eduardo Torres Alonso

Los seres humanos somos una muy pequeña cosa en comparación con la magnitud de los cuerpos celestes. Somos, en el cosmos –parafraseando al poeta Cancino Casahonda– una flor al viento. Prácticamente, nada. El universo, según las investigaciones más serias, continua en expansión. Así, el todo sigue hacia el infinito. En la tierra, con la mirada hacia el cielo, las personas, desde tiempos pretéritos, han tratado de recrear el universo, en donde todo cabe, se encuentra y convive. El caos ordenado.

Lo más cercano a eso, en el planeta, es la universidad. Esos lugares con pretensiones de totalidad en el conocimiento, en donde se reconoce individualidad del sujeto y se hace comunidad. La palabra misma deriva de universum, que designa el continente de los cuerpos celestes. En él hemos estado, estamos y estaremos. Mientras tanto, en las universidades concurren miles de personas con anhelos, sueños y proyectos.

Al igual que en el universo, las universidades recrean el caos materializado en expresiones humanas y formas de pensar. La convivencia civilizada y el disenso son pautas de conducta interiorizadas por sus comunidades porque saben que sin la posibilidad de pensar diferente no hay manera aprender y desaprender. El pensamiento único existe en las mentes que se arrogan el derecho a la verdad, la única, la propia; no así en las universidades, laicas o no, públicas o privadas.

En los terrenos de la universidad todo cabe, se encuentra y convive. Es el espacio de libre expresión de los pensamientos. Más aún, ellas, y en particular las públicas, no deben apoyar o ser voceras de credos filosóficos, sociales, artísticos o científicos, como expusiera el maestro Alfonso Caso en el Congreso de Universitarios Mexicanos de 1933.

La universidad, la que encuentra su razón de ser y su destino en la sociedad, tiene un compromiso inexpugnable con la pluralidad de lo que se enseña e investiga, y con la de sus propios integrantes. Una universidad sin libertad, autonomía y diversidad será cualquier cosa menos una institución de intercambio de conocimientos.

Actualizada al presente, la universidad debe seguir siendo, como la describiera puntualmente Rolando Tamayo y Salmorán: «cuartel general del conocimiento universal».

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *