En la Mira / Hector Estrada

Con «tendederos» han fracturado la normalización del acoso en escuelas de Chiapas

En un efecto viral sin precedentes, las escuelas de Chiapas se han llenado de denuncias contra presuntos actos de acoso que durante generaciones estudiantiles habían permanecido en el silencio y la normalización. Ese ha sido el resultado de la actividad denominada el «Tendedero del Acoso» que se ha replicado en un sin fin de instituciones educativas de la entidad.
Los nombres de presuntos acosadores y episodios de violencia u hostigamiento han tapizado algunos espacios escolares, distribuyéndose con gran prontitud en las redes sociales mediante videos y fotografías. Nunca antes las denuncias de alumnas de preparatoria y universidad se habían leído tan contundentes y directas al interior de las propias escuelas.
A las autoridades educativas no les ha quedado de otra que hacer frente al escándalo. La rápida mediatización de los casos no ha dejado margen de maniobra, y los procedimientos administrativos han comenzado a aplicarse. El tema que inició como una actividad en el marco del Día Internacional de la Mujer y las protestas relacionadas ha tomado un tinte de extrema seriedad.
Es ahí donde está lo realmente importante. Se trata indudablemente de un cambio generacional que ha tomado por sorpresa a muchos y muchas. Niñas, adolescentes y jóvenes mujeres que han decidido romper patrones de comportamiento normalizado durante generaciones, donde la relación de poder entre docentes y estudiantes había roto -desde hace mucho- los límites de la ética y el respeto.
Y es que, hablando con absoluta honestidad, el acoso y la violencia de género al interior de las escuelas no son realidades que nos tomen por sorpresa. Quienes somos de generaciones estudiantiles más añejas sabemos perfectamente que era una realidad cotidiana que se volvió prácticamente habitual. Los comentarios misóginos, intercambios de favores y la sexualización de las alumnas se normalizaron.
Todos y todas sabían perfectamente el nombre de los profesores que acosaban, que pedían «gratificaciones» a cambio de mejores calificaciones y hostigaban a quienes simplemente no eran de su agrado. Pero preferimos ignorarlo, convertirlo en la jerga estudiantil (muchas veces en tono de burla) y -en la mayoría de los casos- guardar silencio, por temor o indiferencia.
Por eso lo sucedido en las escuelas durante esta semana tiene un valor excepcional. La determinación de las y los alumnos para finalmente denunciar, mediante las formas que sean, sienta un procedente y un parteaguas al interior de las instituciones educativas para fracturar esa normalización del acoso y la violencia de género que durante años se mantuvo fortalecida por la omisión de las propias autoridades educativas.
Es verdad; se trata de denuncias anónimas que no garantizan ni demuestran la culpabilidad de los señalados, pero las estudiantes han dado el primer gran paso que nadie se había atrevido a dar. Han demostrado que están dispuestas a denunciar y no quedarse calladas nunca más.
Ahora toca a la Secretaría de Educación y la Fiscalía General del Estado abrir los canales adecuados para quienes deseen formalizar las denuncias penales y procedimientos administrativos, con las medidas de protección y acompañamiento necesarias, cuidando siempre el debido proceso y la presunción de inocencia para evitar consecuencias contraproducentes a razón de decisiones injustas.
Abriendo las investigaciones adecuadas y sin determinaciones arrebatadas por parte de las autoridades seguramente habrá castigo para quienes hayan incurrido en los delitos señalados, extirpando de las aulas a esos viejos acosadores escolares que durante años gozaron de impunidad y, al mismo tiempo, elevando una dura advertencia contra los potenciales acosadores que seguramente ahora lo pensarán dos veces… así las cosas.

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