En la Mira / Hector Estrada

Chiapas; cuando el trabajo infantil se vuelve explotación laboral

El caso de Dylan, desaparecido hace ya mes y medio en San Cristóbal de las Casas, y el rescate de 23 presuntas víctimas de explotación infantil, como parte de la búsqueda, han puesto en el centro de la controversia un problema que se ha normalizado, pero que en muchos de los casos esconde de fondo graves delitos de explotación infantil bajo la careta amigable de niñas y niñas trabajando a «voluntad propia».
Es verdad, los elevados niveles de pobreza y marginación en Chiapas obligan a muchas familias a salir a trabajar todos los días al campo y las zonas urbanas, sin distinción de edades o sexos, para contribuir al hogar. Negar o perder de vista esa realidad añeja en la entidad sería un error de contexto inaceptable.
Sin embargo, la explotación de niñas y niños (configurada en el Código Penal como trata de personas o trata infantil) sucede y no puede perderse de vista. Es otra realidad que transcurre frente a todos, intentando disfrazarse de simple trabajo infantil, pero que en el fondo resulta evidente. Son esos miles de niñas y niños que a diario inundan las calles y espacios públicos, pidiendo dinero, boleando zapatos o vendiendo dulces, entre el claro descuido, maltrato e indiferencia.
No es un secreto que requiera mayores investigaciones. Los niños explotados laboralmente en nuestra entidad son fácilmente identificables. Están ahí, a la vista de todos, con rutinas y argumentos mecanizados para conseguir las cuotas del día. No dan mayores datos sobre sus padres y entre conversaciones esporádicas suelen ventilar maltrato o presión laboral para conseguir los ingresos mínimos requeridos.
A diferencia del trabajo infantil simple, la trata de niños o explotación laboral infantil tiene detrás a padres o «patrones» que no trabajan; que envían todos los días a un nutrido grupo de niñas y niños a las calles para conseguir ingresos a base de cuotas; que llegan a las dulcerías a comprar mercancía en numerosas cantidades para rellenar las «cajitas» de más de cinco o seis niños bajo su tutela a fin de enviarlos a las calles; o controlan el trabajo de grupos de «boleritos» distribuidos por zona.
Y que decir de la mendicidad infantil, oculta bajo la supuesta venta de paletas, dulces o flores, principalmente en zonas turísticas. Los padres o «patrones» saben perfectamente que es más fácil que las personas entreguen dinero por «caridad» a un niño que a un adulto, y lo han convertido en una forma de vida bastante común. Haga memoria de su última visita a ciudades como San Cristóbal de las Casas. Ocurre todos los días, pero el problema se ha normalizado tanto que aunque tengamos conciencia de lo que esta sucediendo decidimos guardar silencio.
Detrás de la explotación o trata infantil hay maltrato intradomiciliario. Así lo ha documentado la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en estados como Chiapas, Oaxaca y Guerrero. En la gran mayoría de los casos documentados se trata de niños hacinados por decenas en viviendas, bajo la vigilancia de tres o cinco adultos. Tienen cuotas diarias y son castigados, privándoles de alimentos o con reprimendas físicas, si no las consiguen. Lo más triste de todo es que muchas veces los verdugos son sus propios padres o familiares.
Es un problema tan habitual y normalizado que difícilmente se denuncia. Pasa inadvertido o ante la indiferencia de la mayoría, pero ocurre a diario. Justificar la explotación infantil por que los perpetradores sean los propios padres o familiares parece reducir a los niños y niñas a simples «posesiones parentales», lejos de sus derechos a una vida libre de violencia. No, no es lo mismo el trabajo infantil que la explotación. Dejemos de confundirlas y justificarlas por el bien de la infancia más vulnerable en nuestra entidad… así las cosas.

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