Galimatías / Ernesto Gómez Pananá

Jonathan y Patricio

Hace cosa de un par de meses, se supo del caso de seis jóvenes preparatorianos de la Universidad Anáhuac campus Puebla que dieron una golpiza a otro compañero afuera de un antro y casi lo matan.

La semana reciente supimos de otro caso similar: un joven estudiante de esa misma institución que alevosamente agrede al joven vigilante del fraccionamiento en el que aquel reside.

Resolver los desacuerdos a golpes tendría que ser una última y remota alternativa para salvar la integridad, no un mecanismo ordinario de resolución de conflictos. Puede que mis amables 12 lectores coincidan -y si no, tampoco lo arreglaremos a golpes-, pero es aún más lamentable cuando de lo que se trata es de jovencitos que en plena adolescencia, empoderados por su entorno familiar y muy posiblemente escolar, asumen los golpes como la forma de dejar en claro quién la tiene más grande. Me refiero a la carga de testosterona, no se me malinterprete por favor.

Al enterarme de los hechos, me resultó inevitable recordar mi adolescencia. Puede que muchas cosas sean distintas pero muchas otras siguen siendo idénticas: ya desde entonces existían los jovencitos buscapleitos y hostigadores, los bullyes que les dicen en estos tiempos anglobalizados.

Cómo se identificaba a un bully en ese entonces y tal vez hoy: jovencitos de condición económica favorable, de apellidos de abolengo -whatever that means-, con padres empresarios o políticos conocidos públicamente, inscritos en escuelas privadas de alto costo, con problemas soterrados de conducta, con poco interés en aprender y ocupados más bien en las relaciones interpersonales con otros como ellos , casi siempre whitexicans de piel blanca y permanentemente dispuestos a fastidiar a quienes asumen como inferiores a ellos. Sé perfecto que esto pareciera cliché o caricatura, pero es más bien algo normalizadamente trágico y real. Basté recordar o peor aún, voltear tantito alrededor y están ahí. Y aquí me permitiré hacer una confesión parcial: conversando en días recientes con alguien comentaba yo que el bully es de un perfil tan prístino que aún ya siendo adultos, es posible identificar la especie a kilómetros de distancia, la fama los delata, desafortunadamente no puedo revelar el ejemplo porque “corro el riesgo” de enfurecer al personaje. Un bully suele ser alguien codependiente de su testosterona que habitualmente es ventajoso y tramposo. Un gandalla que cree ser el único merecedor de todo y por encima de todo y de todos.

Regresando a la Prepa Anáhuac, pienso por un lado en Patricio, el joven golpeador y me imagino su historia. 17 años, vida económica resuelta, todas las comodidades, viajes, auto regalo de sus padres, el mejor celular, etc., etc., etc., un joven acostumbrado a tener todo, que cree que lo merece todo y que si no lo tiene puede exigirlo y arrebatarlo.

Por el otro pienso en Jonathan, el joven vigilante, no mayor a 19 años, también un niño, uno que nació en condiciones opuestas y que a los 19 trabaja como vigilante -que por lo demás y según consta en los videos, jamás golpeó ni hizo algo que su puesto no exigiera-. Al no permitírsele el acceso por no cumplir los requisitos, Patricio enfureció, descendió de su auto y golpeó a Jonathan hasta romperle la nariz. Sus padres, en vez de remediar la situación como moralmente pudiera esperarse, enviaron al hijo al extranjero en lo que se enfrían las cosas. Así resuelven ellos las cosas -a golpes y huyendo- y así le enseñan a su hijo que se resuelven. Lamentable.

No idealizo, pero me resulta inevitable imaginar cómo fueron la infancia y la adolescencia de Jonathan. ¿Habrá podido terminar la preparatoria? ¿Habrá tenido auto y vivido en un fraccionamiento de lujo en su niñez? ¿Tendrá padre y madre? ¿Tendrá hermanos? ¿Con lo que gana cada mes como vigilante podría pagar la colegiatura en la prepa Anáhuac? ¿Habrá sido bully en la secundaria? ¿Tendrá amigos bullyes que pudieran haberle hecho el paro con “Pato”. Mil preguntas.

Al final dos historia paralelas, con orígenes diametralmente opuestos y destinos también en el mismo sentido. Alguna vez, muchas columnas atrás compartí otra reflexión en torno a esta clase de “microviolencias” que vivimos. Invariablemente son el germen de toda la otra violencia que normalizamos, que nos inunda y nos arrastra.

Oximoronas 1. Veo las más recientes noticias sobre Nuevo León y me asalta la duda de si acaso Samuel habrá sido también un bully en su secundaria (a este insolente columnista le parece que se le nota a decenas de kilómetros que si lo fue).

Oximoronas 2. Cuántos de los aspirantes cuyas caras inundan cada rincón de México habrán sido bullyes en su adolescencia.

Oximoronas 3. ¿Marcial Maciel, fundador de la Anáhuac habrá sido bully acaso? Desconozco. Lo psicópata si está clínicamente comprobado. No hay casualidades.

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