Galimatías / Ernesto Gómez Pananá

Peripecias preparatorianas

Crecí en Tuxtla, está cada vez más calurosa -y caliente- capital. Eran tiempos de un Tuxtla pequeño y tranquilo, de provincia. Éramos conejos de campo.

En el transcurso del tercero de secundaria, alumno de la “López Mateos”, hube de decidir en qué preparatoria presentaría examen de admisión. Las opciones públicas de mejor calidad en aquel entonces eran el Colegio de Bachilleres, la Preparatoria #2 y el Tecnológico Regional.
Opté por este último, entre otras cosas por que cada año organizaba su propia olimpiada nacional y yo entonces ya era un novel y entusiasta nadador.

Durante mis tres años de preparatoria, efectivamente, tuve oportunidad de representar a mi escuela en sus olimpiadas nacionales, 1988 en Durango, 1989 en Oaxaca y 1990 en Ciudad Victoria. Como en tantos otros eventos, lo mejor que dejan no son propiamente las medallas sino las peripecias vividas. Hoy, estimades quince lectores, quiero compartir un par de ellas que más de treinta años después de ocurridas, me siguen pareciendo divertidas.

I. Encestador apócrifo

Para los juegos en Oaxaca, el Tecnológico de Tuxtla, además de dos nadadores calificó a la selección de básquetbol varonil. El equipo era sui generis entre lo sui generis: lo que debía ser un equipo de cinco varones más o menos de nivel no era tal. En honor a la verdad aquel equipo lo integraban cuatro chicos muy novatos que corrían e intentaban coordinarse alrededor del único seleccionado que realmente tenía un rendimiento acorde a aquellos juegos nacionales. Recuerdo que se llama Agustín.

El desempeño de aquella quinteta fue un desastre: tres partidos jugados, tres derrotas colosales. Desde luego no pasaron a ronda semifinal ni mucho menos a finales.

Apaleada, eliminada y ya sin partidos por jugar, la quinteta volvió a Tuxtla antes de la clausura de los juegos. Ya sería para la próxima.

Ya para el fin de aquella olimpiada, a nuestro plantel lo representábamos únicamente los dos nadadores del plantel, mi querido camarada Adolfo Solís y quien escribe. La ceremonia pintaba para largo, se entregaban trofeos por equipos, previos bailables folclóricos y discursos de políticos de entonces. He de confesar que nos estábamos aburriendo.

De pronto, en el sonido anunciaron a los campeones encestadores femenil y varonil. Desde el micrófono, el maestro de ceremonias mencionó al ganador del trofeo al jugador con el mayor número de canastas del torneo: “ y a continuación, el campeón encestador del torneo de básquetbol varonil de esta olimpiada nacional intertecnológicos, representando al Tecnológico de Tuxtla, que pase por su trofeo deportista Agustín López”. Mientras la tribuna estallaba en aplausos, Adolfo y yo, en silencio nos miramos y con la pura mirada resolvimos la jugada: sonrojado me puse de pie, subí al estrado para recoger “mi trofeo”. Saludé sonriente a todos los personajes de presidium y recibí el reconocimiento. Dada mi estatura y mi -entonces- espigada talla, nadie puso en duda mi impronta basquetbolera. Obvio después entregué al trofeo a su auténtico propietario. Valga recordar que para mayor comicidad, alguien del presidium me preguntó -vaya pregunta-, cuántos puntos había logrado. Solo atiné a seguir sonriendo sin saber qué responder.

II. Estafeta fantasma
A la olimpiada de Ciudad Victoria, en natación, acudimos un equipo de tres, Adolfo, una jovencita llamada Marycarmen y nuevamente quien escribe. Además, en atletismo acudió un relevo completo de velocistas para el 4×100 y 4×400. Una situación similar a la del basquetbol en Oaxaca. De los cuatro corredores del relevo, uno, Manuel Chávez, se coronó campeón de los 200 metros planos en esos juegos, otro, Francisco del que he olvidado el apellido, se coronó en los 100 y 400 metros además del salto largo, un rey de la pista. Los otros dos relevistas tenían un nivel menor y mucho más discreto, pero con la aportación de las otras dos locomotoras doradas se daba prácticamente por descontada la medalla de oro para el Tec de Tuxtla.

Era una noche calurosa en el estadio del Tec Victoria. La tribuna atiborrada rugía de emoción. En la final, Tec Chihuahua, Tec Hermosillo, Tec Tlalnepantla y algunas otras potencias deportivas. De manera inédita Tec Tuxtla se ha colado al carril tres: los cuatros velocistas portan elegantes uniformes nuevos y zapatillas de pista de la mejor manufactura; la hora de la final ha llegado, cada cual camina hacia la zona de la pista en la que le corresponde recibir la estafeta.

El sonido local anuncia los equipos y carriles. La tribuna enmudece. Los abridores se preparan: en sus marcas, listos, ¡pum! El balazo de salida. Por el Tec de Tuxtla abre Paco, toma la curva, el alarido. Al fondo del estadio la otra parte de la pista. La mirada solo alcanza a percibir las zancadas confusas y la nube que se desplaza borrosa. Todo transcurre en menos de un minuto. El griterío no cesa.

De pronto de la segunda curva emergen las gacelas larguiruchas y fornidas de Hermosillo y Chihuahua, mientras la porra tuxtleca en la tribuna no da crédito. No entendemos qué demonios pasó con el relevo chiapaneco. No viene adelante.

Nos miramos desconcertados. La carrera terminó. Los ganadores se abrazan con euforia. De repente, del fondo de la pista surgen cabizbajos los relevistas del uniforme nuevo. Atraviesan llorosos el campo: No hay medalla ni victoria en Victoria. Una mala entrega de estafeta. Una carrera incompleta. Entre el segundo y tercer relevo la estafeta cayó al suelo. Tec Tuxtla nunca ha vuelto a estar tan cerca del podium en esos juegos.

Oximoronas 1. El problema de fondo no es Norma Piña armando un cuatro. El problema es si Zaldívar efectivamente tiene cola. El problema no es si es de Veracruz o Zacatecas, el problema es que Rocío Nahle documente el lícito origen de todas sus propiedades.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *