Doscientos cincuenta y dos
El internet surgió a principios de la década de los años noventa. De la mano del correo electrónico y la posibilidad de “navegar” vinieron proto-redes sociales como el Hi Five o el ICQ, hoy enterradas en el olvido. Para el 2004, Facebook irrumpió en la escena digital y tres años después, en 2007 lo hizo Twitter: monstruos financieros y publicitarios, empresas “de comunicación” cuya auténtica mercancía es todo lo que, voluntariamente permitimos que sepan de nosotros para a su vez ellos venderlo a otros. Ya en alguna fecha anterior, esta columna planteó los riesgos no atendidos, cuasi imperceptibles de mantener una cuenta en cualquiera de estos tinglados digitales denominados redes sociales. En el Galimatías de hoy, retomo algunas de estas condiciones de riesgo:
La primera, lo planteo ya desde el párrafo anterior, es tener claro que ni Facebook ni Twitter ni ninguna otra, son plataformas en las que el compartir y recibir información puedan considerarse actividades gratuitas. En modo alguno.
Desde el momento en que creamos una cuenta para “seguir a personas” o “tener amigos” firmamos un contrato digital con el que damos nuestra completa autorización para que cada teclazo, cada click o cada visita al sitio de algún amigo o cuenta seguida, así como que todo texto o imagen que compartamos sea monitoreada y valorada en función de nuestra edad, género, ubicación, condición económica y de estudios o cualquier otra variable. Todo con el fin de identificar lo que podríamos comprar. El famoso “algoritmo”.
De igual forma, las redes sociales existentes, en tanto negocios colosales con fines de lucro, son jugadores de sombra en la arena política: baste recordar el papel que particularmente Facebook tuvo en la primera campaña presidencial de Donald Trump. Los votos también son cosa que se compra y la divisa con que se compran es la voluntad moldeable de los votantes.
Pero las redes no se sacian con vigilar -y vender-, la información acerca de nuestro comportamiento. También, de maneras sutiles y otras no tanto, lo moldean. Pongo solo dos ejemplos.
¿Qué sucede con nosotros cuando recibimos un like, un retweet, un compartir o cualquier equivalente? ¿Y que sucede cuando recibimos 10, 100, 1000? Detonamos la liberación de dopamina en nuestro cerebro y eso nos produce placer, un proceso adictivo en el que organismo siempre nos pedirá más y más y más para saciar esa adición, y quienes crearon y administran las redes lo saben, y nos administran la producción de ese placer para mantenernos permanentemente enganchados y proveyéndoles información para que puedan conocernos mejor y “vendernos” mejor.
Otro ejemplo. A cualquiera de mis cuatro lectores -con frecuencia cuando señalo que tengo tres, brinca alguien reclamando ser la cuarta persona que amablemente lee esta columna semanal- les ha sucedido que al comunicarse en algún programa de mensajería instantánea, WhatsApp, Telegram, IMessages, ven cómo en la parte superior de su pantalla aparece un aviso dando cuenta de que el inter locutor “está escribiendo”, lo que probadamente lleva a no quitar la vista del dispositivo hasta leer aquello “urgente” (léase con sarcasmo) que con celeridad teclean para respondernos. Antes que medios de comunicación o templos de libertad, las redes nos enajenan y nos vuelven codependientes.
Finalmente retomo el título de la colaboración de hoy para comentar que el nuevo dueño de Twitter, el sudafricano Elon Musk, cuya fortuna asciende a doscientos cincuenta y dos mil millones de dólares, anuncia ajustes en su compañía: cobros por certificación mensual de cuentas, despidos y recortes de personal, activación de cuentas a personajes impresentables y peligrosísimos como el expresidente Trump. Una enorme sacudida que expulsa a Twitter de esa candorosa esfera romantizante en la que pudimos haberle tenido. Ahora es más claro todo: las decisiones de la empresa y los accesos a esta “Ágora digital” los administra su dueño. Al que le guste bueno y al que no también. Las redes y el paradigma de la “libertad de expresión” ya no serán lo mismo.
Oximoronas 1. Un peso con su precio más alto frente al dólar en muchos meses se suma a niveles de remesas también históricos. Favorable coyuntura.
Oximoronas 2. Hace cosa de tres semanas “levantaron” a un par de jóvenes en esta capital. Antier viernes a otra persona. Lo dicho: están aquí aunque cerremos los ojos. Preocupante coyuntura.