IA y ley / Eduardo Torres Alonso

Una de las obsesiones humanas es regularlo todo. De ahí, la enorme cantidad de leyes, normas y códigos que permiten unas cosas y castigan otras. Acaso, es un mecanismo para confirmar el dominio de lo humano sobre todo lo demás, aunque esto, sea una ilusión en tanto que la especie humana es una más entre las que habitan el planeta y está sujeta, como las demás especias, a otras leyes, más duras y resistentes, como aquella que rige el ciclo vital.

Algunos dirán que regular el uso de las cosas o censurar determinado tipo de conductas permite la sobrevivencia de la sociedad y brinda seguridad a sus integrantes, que ahí radica la importancia de la norma; otros, por su lado, argumentarán que la codificación de lo permitido y de lo prohibido limita la libertad y restringe la voluntad (que debe estar gobernada por la razón). Se esté en un extremo o en otro, ante nuevos desarrollos tecnológicos, inventos o descubrimientos, aparece la discusión sobre si en necesario establecer una ley en la materia. Esto ha ocurrido con la inteligencia artificial.

No hay lugar en donde no se hable de la IA. Incluso, puede decirse que su existencia ya no es una novedad, pero sus usos aún están por descubrirse por completo. Nuevos bandos se han conformado: uno, que reúne a los que mencionan que la IA llevará al establecimiento de un nuevo orden y, otro, que integra a los que apoyan su uso en todas las actividades del día a día.

Mientras el debate se mantiene dividido, la IA ya es sujeta de regulación; al menos, en Europa. La IA Act establece y define las obligaciones y normas a las que están sujetas las tecnologías que utilicen inteligencia artificial. Se busca la seguridad y el respeto a los derechos humanos. El horizonte es incierto. No hay certezas sobre la aplicación y lo que hoy existe es la punta del iceberg con relación a lo que esta tecnología puede hacer.

En el documento aprobado, que entrará en vigor a finales de 2026, prohíbe la categorización biométrica; es decir, la segmentación por creencias de cualquier tipo, por orientación sexual o raza; los sistemas para crear bases de datos faciales; el reconocimiento de emociones; el social scoring; en fin, los sistemas que manipulan comportamiento.

La IA llegó para quedarse y los alcances de esta son, prácticamente, infinitos o si no, sí desconocidos. La humanidad cambiará de forma acelerada con el uso cada vez más intensivo de ella. En la vida cotidiana, el ChatGPT es una de las herramientas más empleadas, pero pronto, aplicaciones más sofisticadas estarán al alcance de los dedos y con palpar una pantalla se podrá hacer algo que puede significar un riesgo para el usuario y para otras personas o seres no humanos.

Nuevas leyes irán apareciendo para regular la IA. Es previsible que cada país adopte la suya. ¿Eso será suficiente para controlar a estas nuevas inteligencias que se nutren de cada sonido, imagen, carácter y clic que damos los usuarios?, ¿la información que hay en las aproximadamente 1,800 millones de páginas de Internet será usada por IA para su beneficio?

¿Ciencia ficción? No, es un tema de ciencia, a secas, de Derecho y de realismo.

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