La academia y la militancia / Eduardo Torres Alonso

Mi encuentro más reciente con la doctora Araceli Burguete Cal y Mayor ocurrió en su Alma Mater –que también es la mía–, la Universidad Nacional Autónoma de México, en ocasión de la Conferencia Latinoamericana de Ciencias Sociales que se desarrolló en junio pasado, precisamente, en la UNAM. Un reto organizativo considerando el número de personas participantes y la persistente pandemia que, como el oleaje del mar, se retira y regresa a la costa en una danza a un ritmo desconocido.

La doctora Araceli moderó el panel sobre autonomías indígenas, organizado por el Grupo de Trabajo de CLACSO «Pueblos indígenas, autonomías y derechos colectivos» del cual es co-coordinadora. Amable en su trato y perspicaz en sus comentarios, además de firme con la secuencia de las participaciones, como debe ser quien controla el tiempo, la sesión fue una exposición de los distintos problemas y avances que tienen algunos pueblos originarios en la Amazonia y en Xochimilco, y sobre las políticas extractivistas y depredadoras de algunos gobiernos nacionales. La integración de Nuestra América, con sus diferencias y sus derroteros compartidos pasa, inexorablemente, por el intercambio y generación de conocimiento colaborativo. Ella lo ha entendido así.

Observar y escuchar, aprender y replicar. Si es necesario, hablar. Su labor académica se imbrica con la militancia abierta. No son compartimentos estancos. Las ciencias sociales, no tienen –aunque tienen la pretensión– ni pueden tener objetividad total –a la manera de Max Weber–, porque sus cultivadoras y cultivadores, al ser parte de lo que estudian –en términos amplios, la sociedad– tienen preferencias y resistencias. Ella ha abrazado el movimiento indígena y también la lucha por los derechos de las mujeres, pero eso lejos está de significar la ausencia de problematizaciones, hipótesis y explicaciones sobre los fenómenos que estudia.

En un momento de crisis civilizatoria potenciada por la COVID-19 y la emergencia climática, debemos detenernos en quienes han reflexionado sobre nuestro estar en el mundo y la manera en que se configuró la realidad contemporánea a la luz de las autonomías, la otredad, la justicia y los derechos. A eso se ha dedicado la doctora Burguete: a ofrecer explicaciones singulares que detonan el diálogo igualitario. Explicaciones que, además, han dado pie a modificaciones constitucionales. En este sentido, debe de resaltarse su papel, entre 2016 y 2017, como integrante del equipo multidisciplinario que elaboró el proyecto de reforma a la Constitución de Chiapas. Tarea no menor que reflejó su sentido de responsabilidad con la entidad federativa de la que es originaria.

Su capacidad de trabajo ha quedado demostrada con sus visitas a zonas agrestes del estado para documentar los rezagos y penurias ahí existentes, y en la formación de estudiantes en instituciones de investigación y de educación superior (la UNAM, la ENAH, la UNACH, por supuesto, el CIESAS) y en las múltiples publicaciones de autoría propia y en obras colectivas, de corte académico y de divulgación que rebasan las fronteras de Chiapas y de México. Su compromiso social y su activismo intelectual han enriquecido la forma de hacer ciencias sociales en el sur global.

Un amplio y plural grupo de intelectuales y organizaciones ha postulado a la doctora Burguete a la medalla «Rosario Castellanos» que entrega el Congreso de Chiapas. Bien haría esa representación popular en distinguir su trayectoria con la presea que lleva el nombre de una de las literatas más ilustres del país.

Como nuestra excelsa escritora, Rosario Castellanos, la doctora Burguete, no menos notable, ha usado el pensamiento y la razón, junto con la emoción, para hacernos ver lo mal que está lo que se dice que está bien.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *