La historia de una familia (la mia) fanatica del Cruz Azul

En la familia de los Santos la mayoría le va al Cruz Azul, durante 23 años esperamos verlos coronarse, y por fin sucedió

Sandra de los Santos / Aquínoticias

Hay familias que se reúnen para celebrar la Navidad o el Año Nuevo, otras que los convoca las graduaciones, cumpleaños y hay hasta quienes solo logran reunirse en los funerales. Mi familia lo que las reúne es el fútbol, y en concreto el Cruz Azul.

El que empezó con la afición a este equipo fue mi papá, no me pregunten cuándo porque cuando nací ya había en la pared un cuadro de «La máquina» de cuando fue campeón en los 70´. Crecí viendo esa imagen que se cargaba a los sitios donde nos mudábamos.

Mi padre falleció en el 2001, cuatro años después de que fue campeón…si se hubiera esperado a que su equipo se volviera a coronar para irse, no habría muerto tan joven. Lo último que se le puso en su ataúd fue una gorra del Cruz Azul.

En la familia de los Santos la mayoría le va al «Azul», pero como ha crecido y se han sumado otras personas que ya venían con su propia camiseta, ahora, también hay quienes le van al Pumas y al América. Cuando son las finales están todos convocados (hasta los que no le van al equipo). La «carrilla» al interior es divertida, nadie se ofende de más, ni toma nada personal, conscientes estamos  que es un juego.

Las veces que nos juntamos para ver un partido, la emoción y la angustia inicia desde los preparativos: preguntarnos quién va llevar qué, la confirmación o no de las asistencias, y la eterna pregunta «¿Será que está si es la buena?».

Aunque mi familia paterna es de la costa, lugar que tiene fama bien fundamentada de bebedores de alcohol y groseros, cuando se ve el partido los integrantes de esta comuna no toman más que horchata y bastante cuidadosos son de no soltar palabrotas. La única que tiene problemas con el tema (no el alcohol, sino las groserías) soy yo, que de por sí tengo un lenguaje florido y cuando veo un partido todo empeora.

Lo que tenemos en común es que somos bastante nerviosos, movemos las piernas como costurera profesional que tiene un pedido que entregar, y le da al pedal del motor de la máquina de coser con toda agilidad. Nos sentamos, paramos, mordemos las uñas, gritamos…creo que solo las personas que son aficionadas pueden entenderlo, se trata de un sufrimiento rico, de adrenalina que recorre por el cuerpo de manera sana porque al final sabemos que no pasa nada si el marcador no favorece, que siempre habrá la oportunidad de otro partido, de otro torneo.

Hace poco un amigo me cuestionaba alrededor de qué nos reunimos cuando no hay fútbol… «Vivimos en México, acá siempre hay fútbol» le dije. Así que tenemos garantizada las reuniones por lo menos dos veces al año.

Mi familia es originaria del barrio «Las Almendras» del municipio de Arriaga, es un lugar en donde los vecinos sacan a la calle las mesas y sillas para celebrar y recibir juntos el año nuevo, de este lugar es el «Cata» Domínguez, uno de los jugadores más emblemáticos del «Azul». En este sitio sigue viviendo parte de su familia.

Hace apenas unas semanas en «Las Almendras» hicieron una reunión entre vecinos y fueron convocados quienes en algún momento habitaron el lugar. Algo tiene Arriaga y en particular ese barrio, que siempre hay una gran nostalgia por regresar, el deseo de ir a recorrer los pasos de la niñez, que no se los lleva ni el viento constante de esos rumbos.

Esperaban que llegara el «Cata», que va seguido a recorrer sus pasos en Arriaga, pero un juego se lo impidió. Mandó un par de playeras autografiadas y prometió asistir para la próxima fiesta. Los regalos para el barrio fueron rifados y mi tío se ganó una de las playeras. Es la que usó ayer para la final.

Como todas las  personas aficionadas a este grupo, nosotros somos supersticiosos. Hay tres leyendas urbanas al interior de la familia. Una de ellas es que el motivo de la salación era una de mis primas, que nació poco después de que el Cruz Azul fuera campeón. En broma (¿Si era una broma, verdad?) le decíamos que sería sacrificada si el equipo no ganaba esta temporada como tributo a las y los dioses del fútbol para ver si nos quitaban la mala suerte. Lo bueno que ganaron porque con todo y todo «la colocha» nos cae bien.

La otra idea que tenemos es que si alguien apuesta, el equipo pierde. Es la primera vez, en 23 años, que ninguno apostó y «La máquina» ganó. Así que esperamos haber encontrado la receta.

La tercera superstición tiene que ver con una guayabera del Cruz Azul que mi tío compró hace 14 años y dijo que se la pondría hasta que el equipo fuera campeón. En la épica final del 2013, se la puso cinco minutos antes que terminara el partido seguro que ya era un campeonato ganado, pero de ahí vinieron los dos goles que le dieron la vuelta al marcador. Responsabilizamos de lo sucedido el habernos adelantado con el atuendo.

Ayer, esperamos hasta el pitazo final…el festejo de la familia llegó cuando mi tío se terminó de poner la guayabera. De manera simbólica a quien felicitábamos era a él, nos tomamos fotos, corrieron algunas lágrimas, pero después nos quedamos un buen rato en shock. No sabíamos con certeza qué hacer.

Si hubiera perdido, pues, ya teníamos preparada la piedra del sacrificio y el cuchillo de obsidiana para mi prima (no es cierto, es bromi, el cuchillo era de metal porque la obsidiana salía muy cara), o nos hubiéramos pasado horas lamentando, hablando de lo que falló, quejándonos de que «ya es mucho ya», tratando de descifrar qué hicimos mal; pero ahora el marcador había favorecido, realmente, nuestro equipo es campeón, 23 años después  levantó la copa, esto es real y nosotros seguimos en shock, preguntándonos «¿Qué sigue?»…de algo tenemos la certeza seguiremos teniendo pretexto para juntarnos, para abrazarnos porque igual y como dice el artista Hugo Huitzi «Quizá el universo está tratando de decirnos a través del triunfo del Cruz Azul que no desistamos».

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