La Zarpa en el Mapa / Efrain Bartolome

Foto: Guadalupe Belmontes Stringel

Bussana Vecchia y el Ábrete sésamo

Era miércoles de ceniza el 23 de febrero de 1887 cuando, a las 6:21 de la mañana un violentísimo terremoto destruyó la bóveda de la capilla de San Egidio y acabó con la vida de más de un centenar de personas dedicados a las labores del campo, que ese día estaban reunidos ahí para cumplir con los rituales protocolarios indicados por su religión.
Tras el fatídico acontecimiento, reforzado por el hecho geográfico de que Bussana está a 666 kilómetros de distancia de Roma, la gente concluyó que aquello era obra diabólica y abandonó la ciudad fracturada.
Primero se ubicaron en las faldas de la montaña y así nació la Bussana actual: construyeron con el tiempo una nueva iglesia, mucho más grande y la ciudad en lo alto comenzó a ser llamada Bussana Vecchia.
Bussana Vecchia data del Siglo IX, y está aquí, en lo alto de una montaña de la costa mediterránea, cerca de Niza, en la Costa Azul, pero ya en la comuna de Sanremo, en la Liguria italiana.
Es una zona sísmica: trescientos terremotos importantes ha padecido a lo largo de los siglos: el de 1887 ha sido uno de los peores.

La belleza de la ciudad de piedra, en ruinas, permaneció abandonada por décadas

En los años cuarenta la ocupaban temporalmente grupos de gitanos cuyas caravanas pasaban por el rumbo, o saltimbanquis, contrabandistas, fugitivos por razones diversas…
En los cincuenta se funda el afamado Festival de Sanremo y los ladrones que iban a la ciudad en la época de las celebraciones a tomar bolsos a los turistas, huían a esconderse entre las ruinas de ese laberinto que era Bussana Vecchia sin que los encontrara nadie.
Nos cuentan que, persiguiéndolos, la policía hizo más daño que los ladrones, los gitanos y el terremoto mismo pues destruía puertas, ventanas, aldabas e incluso muros.
En los años sesenta, durante el auge del movimiento hippie, algunos artistas se fueron aproximando a la ciudad vieja y poco a poco comenzaron a ocupar las casas y a reconstruirlas con rigor histórico y materiales originales.
A eso se debe el renacimiento de Bussana Vecchia y su condición actual: un modelo mundial de autoconstrucción y conservación estética.
Nuestro amigo Stefano Pascucci tiene aquí un hotel y un restaurant ecobiológico en cuyas instalaciones sólo hay materiales de lino, algodón y lana; todo material que se usa (shampoo, jabón, papel) es biodegradable; en sus huertos orgánicos (una hectárea) se cultiva todo lo que el restaurant requiere: olivas, rábanos, coliflor, brócoli, calabazas, tomates, papas, zanahorias, albahaca.
En la sala blanquísima, presidida por una foto en blanco y negro de Miles Davis, hay una tarima con un piano y una batería también blancos, donde se toca jazz y música de alta calidad por las noches.
Un botón de muestra: aquí, en el Apriti Sésamo, de nuestro amigo, dejó huella un grupo paradigmático de mis tiempos: The Mothers of Invention, gracias a que su agente publicitaria suele hospedarse aquí.
Logró que el grupo diera dos conciertos: uno en el local de Stefano y otro en los restos de la iglesia, aquí frente a la casa, justo arriba de donde escribo ahora: a unos veinte pasos.
Eso ocurrió en el año 2008: «el espíritu de Zappa estuvo aquí, y se sentía», dicen los habitantes que lo recuerdan.
Volamos de Barcelona a Niza y ahí nos recogió Stefano, que nos trajo por Menton (el último enclave francés antes de Italia), el Príncipado de Mónaco, Beaulieu, Montecarlo, Eze, Beausoleil, Cap D’Ail.
Casas y villas de ensueño que cuelgan de los acantilados frente al mar que cabrillea allá abajo, azulísimo y apenas palpitante, plagado de veleros, yates e incluso algunos cruceros montañosos.
Eze: en un pico accidentado de roca blanca se levantan imponentes construcciones pétreas de belleza singular.
Montecarlo y sus altos edificios donde, se dice, todas las mafias construyen.
Avanzamos hacia Génova: túneles cortos, medianos y larguísimos, horadados en la roca, vegetación nutrida, pueblos de fantasía.
La Turbie, Roquebrune: siguen las construcciones primorosas frente al mar, en las alturas y en las cañadas.
Belvedere, Bordighera, Sanremo, Arma di Taggia: nos aproximamos a Bussana Vecchia.
De pronto estamos ya en una carreterita que sube por el acantilado: delgada y empinada, entre pinos y piedras y olivos.
Aparece en el horizonte una torre: hemos llegado.
Nos instalamos en una de las habitaciones de esta casa del siglo XI o XII, según nos cuenta Stefano.
Dormimos dos horas para reponernos del desvelón y, después de comer en el balcón, sobre el Valle y las montañas vecinas y el Mediterráneo al frente, recorremos las estrechas callejuelas del pueblo medieval.
En uno de los callejones descubro, a la entrada de una casa, un relieve de piedra que muestra una escena de la lucha entre Centauros y Lapitas.

Buena señal…

Luego daremos con un precioso relieve del gran Dios Pan con Siringa en los labios.
Después tenemos una cena donde somos los únicos comensales: antipasto, pescado, vino siciliano producido orgánicamente, y un cantante y guitarrista de Torino, Silvio del Mastro, que nos brinda un concierto de música brasileira: Milton Nascimento, Chico Buarque, Antonio Carlos Jobim, Caetano Veloso, Vinicius de Moraes, Ellis Regina Joao Gilberto, Gilberto Gil…
Al día siguiente bajamos al mar por la carreterita y volvemos una hora después por el empinado sendero secreto, entre olivos y zarzamoras.
Ojalá disfruten, como nosotros, estas imágenes, entre ellas una de la ciudadela antes del terremoto y una litografía fantasiosa de la Bussana Vecchia actual.

(Este texto está dedicado especialmente a Adela Patricia L. Bel y Laura Belmontes Stringel.)

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *