La agenda migratoria será determinante en la batalla electoral presidencial de este año en los Estados Unidos. El virtual candidato republicano aprovecha cada mitin con sus incondicionales para agitar nuevamente el racismo y xenofobia e insistir que él es el único capaz de frenar la persistente llegada de personas a la frontera sur. Tan arraigada está la cuestión en el debate político que Joe Biden ha optado por modificar su habitual posición.
Estamos ante un deja vu. Barack Obama prometió buscar una reforma migratoria integral en su primer año de gobierno, aunque solo logró impulsar una acción ejecutiva en 2012 que otorgaba permisos de dos años para estudio o trabajo a jóvenes llegados en la infancia, el DACA. Durante su segundo mandato, el Congreso estuvo en manos de los republicanos que bloquearon cualquier iniciativa del demócrata. El último intento se frustró en 2016 cuando la votación sobre el tema quedó en un empate en la Suprema Corte.
Las oleadas de inmigrantes que cruzan la frontera han rebasado la capacidad de las autoridades norteamericanas, pero también ha agudizado la confrontación entre el gobierno federal y el de Texas. Greg Abbott ha emprendido acciones incluso violatorias de los derechos humanos para contener la llegada de migrantes en la frontera: ordenó reforzar la vigilancia con elementos de la Guardia Nacional, instalar boyas forradas de navajas en el cauce del Río Bravo, fletar autobuses para trasladar a migrantes a ciudades santuario como Chicago o Nueva York y mantener una batalla legal contra las políticas de asilo.
La semana pasada, la Suprema Corte resolvió el retiro de un alambre de púas colocado en la ribera de Eagle Pass que había reclamado el gobierno de Biden. Abbott alegaba que la Patrulla Fronteriza no tenía la autoridad legal para cortar la alambrada de 3 kilómetros y que destruía ilegalmente la propiedad estatal. Pero el gobernador no cede; tras el fallo de la Corte dijo que esa barrera es un elemento disuasorio eficaz y seguiría defendiendo la autoridad constitucional de Texas.
Durante semanas un grupo bipartidista de senadores ha negociado un proyecto legislativo para reforzar la frontera que se hará público la próxima semana. Biden urgió a su aprobación a cambio de “cerrar la frontera” lo que supone un giro sustancial y podrá decirse que desesperado, en el tono del presidente porque endurece su tradicional postura sobre migración y la de su partido. Trump no para de demonizar a esa población y machaca la fórmula discursiva que le ha redituado dividendos electorales. Como lo hizo en su primera campaña presidencial en 2016, sigue declarando que la frontera con México es entrada de terroristas, un área por donde ingresan sin control personas de todas partes del mundo.
Se afirma que “cerrar la frontera” permitiría expulsar a los migrantes cuando las detenciones en la frontera superen las cinco mil durante un promedio de cinco días.
En el ánimo de los votantes, la marcha de la economía norteamericana juega a favor del presidente Biden pero no así la gestión migratoria de su gobierno. Por eso quiere ganarle la narrativa a su competidor; el proyecto de ley que se discute puede avanzar en el Senado, pero no tendrá el aval en la Cámara de Representantes donde la mayoría es republicana.
La ofensiva trumpista parece haber contagiado el ánimo en la Casa Blanca y desatar turbulencias extremas que afectan a muchos seres humanos.