Mundo raro / Ornan Gmez

Dilema

En el ambiente se percibía aroma a café recién hecho. Suspiré porque la casa estaba sumida en un silencio agradable. Afuera, el pasto aún estaba mojado por la lluvia de la noche anterior. En las flores, colgaban gotitas de agua que semejaban collares de brillantes. Entre la hierba, algunos pájaros saltaban en busca de bichitos. El viento mecía las hojas alargadas del maíz que Miki y yo sembramos hace un par de meses. Abrí la puerta y salí al patio, donde el aire era frío. Caminé entre la milpa, imaginando que me movía entre los árboles de la selva Lacandona.
Después de la caminata, entré a la casa y me serví la primera taza de café, que hice apenas desperté. Con la taza en la mano, me dirigí hacia la ventana que da al jardín. Mientras bebía sorbos, en el patio se fueron amontonando más pájaros que, ahora, piaban sobre las ramas del aguacate. Después caminé a la sala, donde estaba el libro que leí hasta la noche anterior. El hambre de Martín Caparrós. Ahora que lo miraba, recordé el dilema en el que estuve un par de días. Sé que la lectura es para disfrutar y trato de conseguirlo siempre, pese a que de vez en cuando me topo con libros que me noquean desde los primeros párrafos.
Pese a ello, trato de continuar, porque de todo hay que aprender, decía el escritor Marco Aurelio Carballo. Pues leo, aunque a la historia no le encuentre pies ni cabeza. Así pasó con una novela que un amigo me obsequió. En un viaje que hice a Tuxtla Gutiérrez, empecé a leerla. Confieso que al segundo párrafo ya no quería continuar, pero tuve que hacerlo porque no llevaba otro libro que leer. Así que leí un poco más allá de la mitad.
Pero llegando a San Cristóbal de Las Casas, me rendí. Cerré el libro y me dispuse a contemplar el paisaje. Los cerros prometían más placer que aquella historia tipo novela de Televisa.
Pero volviendo al asunto del dilema, en la mesa de centro, Caparrós estaba a un lado de Relatos de William Faulkner, el cual es más que maravilloso. Recordé que una semana antes había iniciado con los primeros cuentos de Faulkner, los cuales me tenían hechizados. Ximena y Eduardo podían hacer todo el ruido que desearan, en tanto yo seguía sumido en las aventuras de la nana Rosa y su relación comercial con los Yanquis.
Sin embargo, una tarde que pasé por LaLiLu, Samuel, como siempre, me ofreció El hambre de Caparrós. No pude decir que no, por dos razones. La primera, porque Martín Caparrós hizo alusión a esas crónicas en el libro Ida y vuelta, una correspondencia sobre futbol entre él y Juan Villoro. La segunda, porque el escritor Mauro Barea, en una publicación que hizo en Facebook, comentó que ese libro estaba disponible en cien pesos en alguna tienda comercial de Cancún, que es donde vive. Así que cuando Samuel me lo tendió, no pude decir que no. Lo tomé y pagué.
Cuando llegué a casa, ya estaba con el dilema. ¿Debía continuar con Faulkner, o empezar la lectura de Caparrós? Ingenuamente pensé que podía con los dos al mismo tiempo. Un día leo a Faulkner, y al siguiente a Caparrós. Un cuento y una crónica a la vez, me dije. Y así le hice por una semana. Sin embargo, ambos libros, a su modo, requieren la atención del lector. Además, desde hace meses prometí no leer dos o tres libros a la vez. Lo que sí hago, es suspender la lectura de uno y comenzar con otro, porque ello me sirve para despejar la mente. Pues allí estaba. Un día Faulkner y al otro Caparrós. Y por las noches leía a Harry Potter y el cáliz de fuego con Eduardo que, no está de más decirlo, también me tiene atrapado.
Otra tarde llegué con Samuel, como siempre. Y tras pedirle un café, mi amigo librero dijo que me tenía una reliquia. Paris no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. En cien pesos, remató sonriente. Ni modos de decir que no. Le pagué y volví a mi mesa donde revisaba el material para un taller con estudiantes. El hambre, Relatos, Harry Potter y el cáliz de fuego y, ahora, Paris no se acaba nunca. ¿Y ahora? Ni modos de leer con horarios, pensé mientras revisaba Modalidades de lectura. No. Debes terminar uno y luego comienzas con otro, susurré mientras Samuel volvía a su Mac. Pero sabía que aquello era difícil, pues no puedo resistirme ante un libro sellado. La tentación de saber qué hay dentro, es superior a mi voluntad.
Llegué a casa y fui directo al estudio. Acomodé los libros sobre el escritorio y traté de definir con cuál me quedaría para seguir leyendo. Relatos de Faulkner, editado por Anagrama, tenía las letras pequeñas que semejaban, de pronto, un hormiguero. El hambre, editado por Planeta, tenía mejor tipografía. Así que me decidí por él. Dejaría, por el momento, Relatos y continuaría sólo con El hambre de Caparrós. Así estuve un par de días en que recorrí comunidades donde miles de niños mueren diariamente a causa del hambre, allá en África. Debo decir que las crónicas de Caparrós son desgarradoras y hay que tener valor para encajarles los dientes. Uno puede salir afectado de ellas.
Leí con entereza, hasta que la idea de leer París no se acaba nunca me asaltó. Primero fue una idea, después una obsesión que no me permitía leer con atención a Caparrós. Me resistí un par de noches, hasta que tuve la certeza de que no podría más. Así que anoche, siguiendo el principio de leer por gusto, y después de leer a Eduardo el capítulo La primera prueba de Harry Potter y el cáliz de fuego, abrí el libro de Vila-Matas e inicié. Sin embargo, sólo leí el prólogo porque eran casi las once con treinta de la noche.
Pero hoy, apenas desperté, y después de beber la primera taza de café, me acerqué al estudio e inicié con la lectura de Paris no se acaba nunca. Las primeras páginas me hechizaron y no he querido soltarlo, por lo que sospecho terminaré de leerlo por la tarde. Del dilema, basta decir que después de Vila-Matas, volveré a Caparrós y luego a Faulkner.

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