Mundo raro / Ornan Gmez

Caminar la ciudad

Uno

Las cosas se ponen más difíciles, dijo con un asomo de tristeza en los ojos. Alto, algo encorvado. Le calculé unos cuarenta y cinco años. El cabello empezaba a caérsele.
Cuando el director me llamó a su oficina, yo sentí un hueco en el estómago. Y cómo no, si los rumores indicaban que estaban despidiendo a burócratas. Y, decían, era porque el gobierno no tenía dinero. Pero, ¿cómo se explica que un estado que produce energía eléctrica, rico en agua y petróleo, esté pasando por una crisis de este tamaño?
El primero de enero trascendió en las redes sociales, diarios y portales de información que, tras aprobarse el presupuesto de egreso y la ley de ingreso para el ejercicio fiscal del 2017, en Chiapas habría un recorte de burócratas en dependencias de gobierno.
Todos, absolutamente todos, andábamos con el Jesús en la boca, porque de ese empleo dependía la escuela de los hijos, la hipoteca de la casa, el pago del agua, la luz, y los alimentos. Y aunque no fuera mucho lo que yo ganaba, al menos servía para pasar los días.
Sin embargo, como no pasó nada a inicio de año, creíamos que era un chisme. Así que nos olvidamos del asunto por un tiempo. Sin embargo, cuando algunas amigas, con lágrimas en los ojos, salieron de la oficina del director, supimos que el despido era una realidad. Y empezamos preocuparnos. Unos más, otros menos. Decían que quienes estaban siendo despedidos eran los de menos antigüedad. Y queríamos que ello fuera cierto, por egoísta que parezca. Deseábamos aferrarnos a esa idea, porque los de menos antigüedad eran jóvenes que podrían encontrar acomodo en alguna institución privada. Pero otros decían que los de más años quienes estaban siendo echados. Y todo se volvió un desmadre, porque la incertidumbre era grande.
Cuando entré a su oficina, el director estaba sentado sobre la silla giratoria, frente al escritorio. Jugueteaba un lápiz, mientras miraba al techo. Siéntate, dijo sin mirarme. Yo sabía que no era de su agrado. Y tampoco él era del agrado de nadie. Era sabido que, apenas recibió el puesto de jefe empezó a humillar a más de un subordinado.
Después de unos segundos que me parecieron eternos, me observó a los ojos. Mira, dijo. Sé, que eres buen elemento, pero las cosas están mal. Mis manos empezaron a sudar, porque sabía lo que venía. Qué sucede, lo corté. Lo que fuera a ser, que fuera. Le adiviné una sonrisa en los labios. ¡Estás fuera!, dijo. Pasa a recursos humanos por lo que se te debe y firma tu renuncia.
Me levanté de la silla y salí. Al traspasar el umbral, pensé en mis hijos y en la hipoteca de la casa. ¡Dios! Estaba jodido. Y lo sigo estando. Llevo siete meses sin empleo y las cosas no parecen que mejoren. Nadie quiere en su empresa a un viejo. Y eso me preocupa, porque los del banco me avisaron que, si no me pongo al corriente con el pago de la hipoteca, podrían embargarme.
Su caso no es aislado, porque según los portales de noticias, los despidos llegaron a los tres mil.
Sobreviví estos meses con mis ahorros, susurró. Y sus manos se empuñaron con fuerza, como queriendo golpear a alguien. Pero ya se me terminaron, remató.

Dos

Apenas despierto, tomo un costal y salgo a la calle, porque debo ganarle al camión. Si llego antes, seguro encuentro algo que podría vender y, con ello, comprarles comida a mis hijos. ¿Cuántos tengo? Tres, y uno que viene en camino —la barriga algo abultada—. ¿Por qué no me opero? Mi esposo dice que son regalos de Dios. Pero a veces me entristece verlos tan delgaditos y con esa mirada triste que les cuelga de los ojos. No, no van a la escuela, porque allí piden uniforme, cuadernos y dinero que no tenemos, pues lo poco que conseguimos sirve para pasar los días.
¿Casa propia? Sonríe. Tiene los dientes amarillos y la cara pálida. Nos acomodamos en un lotecito baldío en El valle. Allí hicimos una casita de cartón, donde pasamos la noche. Me conformo con eso, porque hay otros que la pasan peor. Como ejemplo está una amiga que lo dejó el marido y que también trabaja en la basura. Y creo fue mejor, porque sólo la golpeaba cuando él andaba borracho. ¿El mío? No, no bebe. Trabaja de ayudante de albañil. El caso de amiga es difícil, porque lo que obtiene de la basura no le alcanza para comer.
Pero no, no quisiera que mis hijos llevaran la misma vida que yo. Quiero que tengan una más cómoda, para que no pasen las necesidades que nosotros pasamos. Pero eso no será posible, porque no tenemos manera. Pese a eso, mi esposo empezó a llevarse al mayor al trabajo. Quiere enseñarle el oficio de ayudante de albañil.
¿Ayuda de los políticos? Se ríe. Y en esa risa adivino la respuesta. Aquí la vida es difícil. A veces hay para tortillas y a veces no. Algunas veces alcanza para huevos, otras debemos contentarnos con verduras que encuentro en la montaña. Y a veces sólo con tortillas.
Caminar la ciudad cansa. Pero ni modos de no hacerlo. Si queremos comer, mis hijos y yo debemos ir a las esquinas donde pasa el camión de basura. Y tiene que ser antes que llegue, o lleguen los otros pepenadores. Debemos ser rápidos. Abrir las bolsas. Seleccionar los artículos y meterlos al costal. Lo bueno es que nos queda cerca Monte Verde. Y de allí jalamos para Los robles y luego hacia Tenam, y por allí nos vamos, pepenando lo que se pueda, pues la necesidad es grande.

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