Pensar amorosamente / Eduardo Torres Alonso

Con críticas o sin ellas, con festejos y obsequios o con llamadas y mensajes, sonrisas y apretones de manos, o indiferencia e incluso molestia, el amor se celebra en la primera quincena de febrero. Una efeméride que recuerda su existencia. Tal vez, ese sea un punto a favor, frente a los múltiples aspectos negativos, como la comercialización de las emociones o la banalización de las relaciones afectivas.

Si pensamos en lo que significa el amor, lejos del reduccionismo comercial, estaríamos en un problema: ¿es posible asir un concepto de esa magnitud?, ¿no será, acaso, que el amor es inefable, que sólo conocemos su nombre, pero que resulta imposible definirlo a cabalidad? La filosofía, con la paciencia de la observación y de la reflexión de la eternidad, ha ofrecido ideas en torno a él, que van desde el deseo erótico hasta la necesidad de satisfacción, pasando por la plenitud y la entrega mística.

Cada quien, conforme su experiencia de vida, lo identifica, aunque eso ocurre, también, a partir de la sociedad a la que se pertenezca. Sin embargo, es probable que, con intensidades variadas, aparezca (o se sienta) la pasión de aquél. El motor para la acción. Su duración, hacia algo o alguien, puede variar entre la chispa instantánea o la fogata prolongada. En la “liquidez” de nuestro tiempo, de los encuentros ocasionales, parecería ser que el amor es la gratificación inmediata. ¿Puede ser el amor un concepto utilitario?

Con todo, pienso, que primero se siente el amor y luego se le piensa. De esta forma, pensar y actuar con base en los mejores deseos producto de éste llevaría al sujeto a ser mejor, en tanto, que es-en-sociedad. El amor es un concepto relacional.

Estar a favor o en contra del 14 de febrero no aporta mucho a la construcción de vínculos, comunidad y de sentido. Lo que sí lo hace es reconocernos como seres sintientes.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *