Todo el poder / Eduardo Torres Alonso

El 15 de septiembre la prensa internacional difundió la noticia que, no obstante que la Constitución lo prohíbe, el presidente buscará la reelección consecutiva en 2024. El desprecio a la ley es evidente. Nada le importa y todo lo quiere. Desde que asumió la primera Magistratura, se ha encargado de construir una mayoría partidista en el poder Legislativo y golpear al poder Judicial.

Nayib Bukele, presidente de El Salvador desde 2019, después de una reunión con integrantes de su familia, según reporta la BBC, anunció a sus conciudadanos que será se postulará a la Presidencia en las elecciones inmediatas para renovar al poder Ejecutivo. Para su país, la región y el mundo no es una buena noticia.

El artículo 85 de la Constitución salvadoreña señala que el gobierno es republicano, democrático y representativo. Si se realiza un examen somero de estos conceptos, podrá advertirse que no se materializan en la realidad. La república, que establece la existencia de poderes públicos diferenciados y soberanos, no es real en la medida en que Bukele los ha cooptado; la democracia es expresión declarativa y justificación para las decisiones presidenciales, y la representación política no existe en tanto que la oposición no tiene condiciones efectivas de ganar en elecciones libres.

Quien parecía ser un político fresco, resultó ser una persona sin sentido de Estado, cuyas convicciones se centran en el poder sin un para qué, al menos, un para qué que beneficie a la sociedad. En las elecciones de 2021, desestructuró a la oposición política y su partido, Nuevas Ideas, se ha vuelto hegemónico; con el control de la Asamblea colocó a personas cercanas a él en la Suprema Corte y en otras áreas relativas a la impartición y administración de justicia.

El presidente millenial, como es conocido por su relativa juventud y dar instrucciones de gobierno en las redes sociodigitales, mantiene un nivel de popularidad muy elevado que ronda entre el 80 y 90 por ciento. Su discurso confrontativo y el enfrentamiento con las pandillas –uno de los principales problemas que lastiman a la sociedad– le sigue generando muchos adeptos. Por supuesto, ser popular no significa ser un demócrata o un buen gobernante. La popularidad tiene que ver con los sentimientos.

Bukele ha mostrado su mano dura al momento de gobernar lo que también le ha generado críticas. Con ese antecedente, es muy difícil que, si consigue su objetivo de ser candidato por segunda ocasión y gana la elección, modifique sus prácticas; por el contrario, se profundizará su estilo en detrimento de la democracia de aquel país.

Volvamos a la Constitución salvadoreña: en su artículo 154 mandata que “El período presidencial será de cinco años y comenzará y terminará el día primero de junio, sin que la persona que haya ejercido la Presidencia pueda continuar en sus funciones ni un día más”; además, establece el principio de alternabilidad en la Presidencia de la República, pero al gobernante actual y a sus allegados parece no importarles.

Antes se dijo que estas intenciones reeleccionistas no eran una buena noticia para El Salvador, la región y el mundo. Acá algunas razones. En cuanto a su país, las condiciones institucionales dan cuenta de un desmantelamiento de la democracia, lo que hacen ver la existencia de un régimen híbrido. Si esto continúa, podría ocurrir una deriva autoritaria o establecerse una dictadura. En la región, la salud de la democracia en clave electoral y representativa no es la mejor. Hay regresiones autoritarias y la sociedad desconfía de la política. Además, en medio de la crisis económica que ha provocado las olas migratorias, existe un cuestionamiento al sistema político vigente ya que se le asocia con la crisis social. En fin, en un momento en el que el planeta presencia una ola de desdemocratizaciones, el anuncio de Bukele confirma una tendencia que en nada abonan a la certidumbre y la legalidad.

La democracia está en riesgo y se evidencian acciones arbitrarias. Hay que denunciar a quienes buscan mermarla. El Salvador ya sabe que es vivir bajo prácticas autoritarias, no hay que volver a eso.

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