La médica obstetra es la primera mujer que, abiertamente, abrió una clínica en América Latina para atender la salud sexual de las mujeres y en la que dijo que se practicarían abortos
Ese ímpetu por crear proyectos de educación sexual generó reconocimiento entre sus colegas y la población, pero también provocó el rechazo de la Iglesia católica más conservadora de la ciudad yucateca donde siempre ha vivido, y donde en 1916, se llevó a cabo el Primer Congreso Feminista de México. Su trabajo alrededor de la sexualidad humana también atrajo la crítica de grupos conservadores que todos los días se plantan frente a su clínica para rezar y «condenarla» por atender la salud de las mujeres.
Ella es la cirujana, sexóloga y colposcopista acechada por una sociedad que tiene miedo a hablar del pene y de la vulva en términos científicos y de salud, y generó tanto miedo la divulgación de la salud, que en marzo de 2018, un hombre intentó asesinarla al clavarle un destornillador en el costado. En sus palabras, es una «activista feminista» que lleva más de cuatro décadas ejerciendo la medicina desde el enfoque feminista.
«Engendrada por orgasmo»
La médica nos recibe una calurosa mañana de mayo en la clínica que dirige desde hace 21 años, ubicada en la ciudad de Mérida, Yucatán, al sureste mexicano. Nos encontramos para descubrir sus raíces y rememorar su trabajo a favor de la salud de las mujeres. El día de la cita, en la acera de enfrente, dos mujeres sentadas en la banqueta sostienen en sus manos un rosario y oran en voz baja, custodiando la figura de una Virgen de Guadalupe. En contraste, lo primero que se ve al cruzar las dos puertas de seguridad de la clínica es un mostrador protegido con rejas –medidas tomadas después de incidentes con fanáticos religiosos– y en la pared la ilustración de una vulva enmarcada como si fuera una imagen religiosa, reconfortando a quienes llegan a esa pequeña sala de espera.
A sus 65 años de edad hay una frase que repite con solemnidad cuando define quién es: «Yo soy de las afortunadas que fue engendrada por orgasmo». Su afirmación -explica cada vez que puede- no es para escandalizar a nadie, tampoco es broma, es la de una instructora que quiere dejar en claro que la «concepción» y el embarazo deben ser una etapa jubilosa y alegre en la vida de las mujeres, como ocurrió en su familia.
La vocación de la medicina la llamó desde joven, por esa razón ve y organiza el mundo desde la salud. A partir de los años ochenta atestiguó los estragos del VIH-Sida en la salud de las personas y las primeras políticas públicas para detener la propagación de virus, también observó el sobresalto social que causó la llegada de la pastilla de anticoncepción de emergencia a la industria farmacéutica y ya en el siglo XXI le tocó ver la inclusión de la vacuna del VPH en el esquema nacional de vacunación para prevenir el desarrollo del cáncer cérvico-uterino.
También notó que la revolución de la salud sexual y reproductiva no se entrelazó con la educación y la divulgación de los avances médicos, por eso siguió el ejemplo de Margaret Sanger, la enfermera estadounidense que en el siglo XX mantuvo una cruzada por la planificación familiar y convirtió la medicina en su herramienta. En la década de los años veinte Singer estuvo en Yucatán promoviendo el control de la natalidad. Una centuria después, Sandra Peniche mantiene vivo el espíritu de aquella enfermera conocida como «la mujer rebelde».
Encuentro con la sexología
Como primogénita de una familia que siempre la apoyó, Sandra Peniche estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de Yucatán. Se propuso ser psiquiatra porque le inquietaba todo lo relacionado con la mente y el pensamiento, pero cuando hizo su servicio social, en el Hospital Psiquiátrico Yucatán, se dio cuenta que la psiquiatría ayuda poco y perjudica mucho. «Perjudica porque el enfoque es totalmente patriarcal y a las mujeres les va muy mal. Una puede terminar en el hospital psiquiátrico porque algún médico le dio la gana, así de violento», afirma.
El impacto con la realidad fue cuando entró en aquella sórdida institución y observó que la gente internada caminaba desnuda, tocándose el cuerpo o tocando a otras personas. También se sorprendió al tener que escuchar los testimonios de agresores sexuales y víctimas de violación; al saber que había mujeres que llevaban décadas ingresadas en el hospital porque se relacionaron sexual y afectivamente con otras mujeres, y al darse cuenta que a las pacientes que llegaban a consulta, invariablemente, les recetaban tranquilizantes y antidepresivos.
En aquella época, Sandra Peniche, acostumbrada a hacer historias clínicas, indagó en las historias de sus pacientes y notó que la mayoría vivía violencia de sus padres, de sus madres, de sus parejas, o tenían estrés por la situación de violencia en el hogar. «Las mujeres tenían un sentimiento adecuado a la situación que estaban viviendo, pero socialmente y médicamente se les impedía hacer algo. Te daban el tranquilizante para que te tranquilizaras, pero eso las ponía en más desventaja, sobre todo cuando había violencia física, y antidepresivos para que estuvieran tranquilas y no estuvieran pensando en nada más». La médica cambió las pastillas por conversaciones para ayudar a las mujeres a reflexionar y decidir si podían actuar de forma diferente frente a la violencia.
«No fui partícipe de prácticas que para mí eran denigrantes o ponían en situación de riesgo a otras personas, pero lo importante fue darme cuenta de cómo se trataba a las mujeres. Eso me fue abriendo más la conciencia», rememora. Su interés por esta rama de la medicina ya tambaleaba cuando un día, estando de guardia, atendió a un paciente al que le indicaron descargas eléctricas. Revisó el expediente para conocer las causas del tratamiento y encontró que la razón fue que se masturbó.
Ese día era inhábil y ella era la médica encargada de dar a su paciente seis descargas eléctricas como parte de su tratamiento electroconvulsivo. «Dije ¿cómo? Si fuera indicación terapéutica (para quienes se masturban) habría que establecer un sistema de electroshock para toda la población o para la mayoría». Para la joven se trataba de una solución absurda y violatoria de la dignidad de las personas ante una expresión normal de la sexualidad humana. Además, parecía que nadie quería reconocer que los medicamentos psiquiátricos que se recetaban provocaban sintomatología sexual, por ejemplo, la urgencia de eyacular.
La aún estudiante se negó a dar electroshocks, pero no sólo eso, hizo lo que parecía una pequeña protesta que al final paralizó aquel tratamiento en todo el hospital. Exigió que le demostraran que las descargas eléctricas eran una indicación terapéutica, pero ningún médico le presentó evidencia científica. Esas viejas prácticas de la medicina la hicieron abandonar la psiquiatría y explorar el campo de la sexología porque pensó que si era profesional de la salud su deber era procurar el bienestar de las personas «Si soy médica yo cuido de la salud de los demás, no vulnero su salud, ni vulnero su intimidad, ni nada».
Aquel episodio definió su carrera. «Yo quería estudiar algo en donde la gente estuviera mucho mejor después de venir conmigo», recuerda. La experiencia con los electroshock no sólo la hicieron dejar de lado su plan de ser psiquiatra, también fue su primera aportación a la salud. Convenció a dos médicos, que también eran profesores, de revisar el protocolo para casos donde se da un tratamiento electroconvulsivo. El hospital revisó el protocolo y lo reformó. Actualmente existe un área para ofrecer este tratamiento, el cual se realiza con una metodología, con descargas eléctricas controladas, con un anestesiólogo de base y con medicamentos para evitar daños secundarios.
Médica Feminista
Mientras la sociedad aún creía en los tabúes sobre el cuerpo y la sexualidad, ella encontró su rumbo en la sexología. En 1979 el médico psiquiatra, Juan Luis Álvarez Gayou, quien se propuso romper esos mitos, creó el Instituto Mexicano de Sexología. Sandra Peniche se interesó en esa especialidad y estudió allí. A partir de las investigaciones de Álvarez Gayou la estudiante modificó sustancialmente su práctica y concepción de la medicina. «No soy cualquier médica, soy una médica feminista, con una práctica médica feminista. Y eso hace una gran diferencia para la salud de las mujeres y también de los hombres», asegura, confiada de sus palabras.
Desde su activismo también promovió el enfoque de género y de Derechos Humanos en la salud de las mujeres, y en sus proyectos recogió todos los avances internacionales construidos por el movimiento feminista. En ese entonces, Naciones Unidas tenía la estrategia de convocar a encuentros internacionales para definir líneas de acción en diversos temas que después deberían aterrizar en políticas públicas en cada país.
Por ejemplo, en 1994 Naciones Unidas organizó la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, realizada en El Cairo, en Egipto. De ese encuentro emanó un Programa de Acción donde se reconoció la importancia de satisfacer necesidades en temas de salud sexual y reproductiva para mejorar el desarrollo de las sociedades. En México este programa se tradujo en acciones de planificación familiar y atención materno infantil, detección y seguimiento de los cánceres cérvico-uterino y mamario, y la prevención y control de infecciones de transmisión sexual.
Un año después del hito que significó «Cairo» en materia de salud, Sandra participó en la delegación que participó en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en la ciudad china de Beijing. El fruto de ese encuentro fue la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, un documento que dedicó un capítulo al tema «La mujer y la salud». En esas estrategias se reconoció la salud sexual y reproductiva como un estado de «bienestar físico, mental y social, y no de mera ausencia de enfermedades o dolencias», principios que la médica defiende a capa y espada.
Sandra afirma que es feminista porque cree que las mujeres deben hacer lo que deseen a pesar de que les digan que no porque son mujeres, desde las niñas que quieren jugar con los chicos, hasta las adultas las que deciden no ejercer la maternidad. Ella ha hecho lo que ha deseado. De niña acompañaba a su abuela a la iglesia pero elegía esperar afuera disfrutando de un helado mientras la otra rezaba; de joven eligió estudiar medicina, pero a la vez se interesó el deporte y decidió ser árbitro de voleibol a nivel nacional; también fue líder de la política juvenil en la preparatoria, y directora del Sistema Municipal de Salud de Mérida de 1984 a 1987, en el gobierno del priista Herbe Rodríguez Abraham. Ella, celebra, ha tenido oportunidad de elegir.
Nunca vivió a la sombra de nadie y en cada aspecto de su vida identificó el privilegio de los hombres y las restricciones para las mujeres, por eso el feminismo no es algo que aprendió de un día a otro. «El feminismo que yo ostento no es del libro, no lo estudié, no está en mi corteza cerebral, está en mí. Todo lo que yo fui haciendo finalmente se llama feminismo: el que tú hagas valer tu persona, tus derechos, que no permitas que te infligen algún daño, eso es parte de lo que cualquier persona tendría que hacer».
Curiosamente, atender la salud de las mujeres no fue su primer interés. En su internado de pregrado la ginecobstetricia era una de las áreas que detestaba porque era el servicio en el que el personal trabajaba sin descanso, casi sin cerrar los ojos, y siempre estaba saturado por mujeres. A la distancia reflexiona y lo que realmente le molestaba era el trato hacia las pacientes. Si las mujeres iban a parir se les reclamaba: «¿por qué tiene tantos hijos?» y se les cuestionaba: «¿no tiene otra cosa que hacer?» Ya en el parto las regañaban por gritar y se burlaban diciéndoles si así gritaban cuando se embarazaron.
«Cosas así que, bueno, ahora conocemos como violencia obstétrica, pero era cotidiano y luego todas las mujeres que llegaban con abortos, eran filas, camillas de mujeres y las dejaban para lo último, para cuando se pudiera; mujeres con dolor, con sangrado». Más que el cansancio de atender a esas mujeres, a Sandra le molestaba que esto sucediera en la medicina, le causaba incomodidad que hubiera tanta violencia. Ver a mujeres que podían morir con un aborto espontáneo, inconcluso, también la llevó a cambiar su práctica médica.
El aborto un secreto
Hace una centuria el movimiento feminista de Yucatán consiguió que se permitiera el aborto voluntario para las mujeres embarazadas siempre y cuando tuvieran razones económicas para no tener más descendencia y si comprobaban que ya tenían tres hijos. Esta legislación está vigente desde 1922, cuando la entidad fue gobernada por el socialista Felipe Carrillo Puerto. Actualmente también se permite interrumpir un embarazo, sin consecuencias penales, si es producto de una violación sexual, si el feto tiene malformaciones genéticas o si corre peligro la vida de la mujer gestante.
Hoy esa legislación puede parecer restrictiva porque actualmente en México se permite el aborto voluntario en cuatro entidades: Ciudad de México, Oaxaca, Hidalgo y Veracruz y cada vez crece más la idea de que las mujeres no pueden ser encarceladas por interrumpir un embarazo no deseado, como lo determinó una sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación el 7 de septiembre de 2021. Sin embargo, hace unas décadas, en promedio las mujeres tenían entre 12 y 16 hijas o hijos. Entonces, decir que se permitía un aborto, sin ser encarcelada, cuando la mujer ya tuviera tres partos era algo muy revolucionario.
En su época de estudiante Sandra Peniche no sabía nada de esto. Se enteró de la legislación sobre aborto en su entidad leyendo un artículo en una revista que le regaló una profesora. «Yo no sabía nada, ni nadie de mi grupo de toda la escuela sabía algo de eso porque era una información que se ocultaba y eso que nosotros habíamos tenido Medicina Forense».
Entusiasmada por descubrir más de un procedimiento que casi era un secreto, decidió organizar un foro en el Hospital General Agustín O»Horán, donde estudiaba y laboraba, para entender por qué no se aplicaba la ley y por qué se maltrataba a las mujeres que abortaban. Convocó a representantes de todas las posturas, la religiosa y la de la ciencia, incluyendo a la rama médica que creía que no había que ver espermatozoides en un microscopio porque esas eran «cosas divinas».
Al indagar en su memoria recuerda: «Ahí conocí a la derecha». En aquel foro estudiantil y de profesionales de la salud hubo ponentes que destilaban violencia y exponían pocos argumentos, a pesar de que el aborto es un procedimiento médico, una práctica legal en varios casos y un derecho de las mujeres. Desde entonces intensificó su activismo a favor del derecho a decidir ser madre o no.
Esa posición, siempre transparente, provocó que la buscaran para realizar abortos, pero la gente se sorprendía cuando se enteraba que ella no realizaba esos procedimientos, porque estaba dedicada a dar terapia sexual. Hasta cierto punto era una contradicción que una cirujana, activista y quien abogaba por los derechos reproductivos, no realizara abortos.
«Tanto hablas que llega un momento en que la gente empieza a demandar servicios, ¿dónde están los servicios? y los médicos no lo quieren hacer por toda la causa social, católica, de falsa moral». Ese conflicto de conciencia la llevó a abrir una clínica de salud sexual y reproductiva.
Santuario para las mujeres
La idea de fundar una clínica fue cuando se dijo a sí misma «Yo no puedo seguir hablando de esto si no hay donde las pueda atender». Su discurso era robusto y sustentado, pero en la práctica hacía muy poco. Así que ideó el proyecto y buscó ginecólogas y ginecólogos, pero nadie quiso estar en una clínica que públicamente se anunciaba como un lugar para solicitar un aborto. Si bien hubo quienes apoyaron su plan y aplaudieron la posibilidad de hacer realidad el derecho a elegir la maternidad, no estaban dispuestos a pagar el costo social.
Era la década de los años 90. «Entonces no me quedó más remedio que irme a capacitar y luego capacité a otras personas». Aprendió teoría y técnicas modernas y seguras para realizar una interrupción del embarazo de la mano de organizaciones importantes en este ramo como GIRE, IPAS y Population Council. Creó Servicios Humanitarios en Salud Sexual y Reproductiva A. C. (SHSSR), consiguió financiamiento, compró materiales y equipo y la clínica de SHSSR se abrió en el año 2000.
«Las mujeres se merecen atención, merecen que se les cuide, un aborto no es abortar y se acabó. Las mujeres tienen miles de razones para interrumpir un embarazo. Rechazar el espermatozoide, rechazar ese embarazo, es el delito más grande que tienen y este lugar es un santuario donde se respetan las decisiones de las mujeres. El aborto tiene que ver con el privilegio de los hombres de embarazar porque es el mecanismo a través del cual dominan a las mujeres», asegura.
El aborto, continúa reflexionando, no se ve como un proceso de la salud. Es más, no interesa la salud de las mujeres, por eso los grupos religiosos y conservadores no aceptan los anticonceptivos ni el aborto, por eso permiten las eyaculaciones irresponsables, las violaciones sexuales y la irresponsabilidad parental. Para ellos es mejor la violación sexual de una mujer que un aborto. «Finalmente lo único que no quieren es que las mujeres sean libres y que se autodeterminen», sostiene.
El aborto no es el único proceso médico donde se violenta a las mujeres. Se les ataca si continúan un embarazo y se les dice «prostitutas» si piden anticonceptivos. Por eso la clínica, primera en Latinoamérica en ofrecer formalmente cobertura a la salud sexual y reproductiva con enfoque en el bienestar integral, también ofrece atención ginecológica para tratar infecciones de transmisión sexual, realizar exámenes médicos, dar tratamientos o hasta realizar cirugías ambulatorias (sin hospitalización). A este santuario, como le llama Sandra Peniche, hasta las adolescentes pueden llegar sin compañía de sus padres, seguras de que no abusarán de ellas en un examen ginecológico, pero también conscientes de que recibirán información científica y confiable.
Aunque es una clínica pequeña es reconocida, pero no siempre fue así. Al principio era tan austera que ni aire acondicionado había a pesar del clima caluroso de la península de Yucatán, tampoco había pacientes. Eldy Santos Bermejo, quien trabaja con Sandra Peniche desde la fundación de este espacio, recuerda que creció la afluencia después de la visita de Jorge Serrano Limón, el dirigente de la organización conservadora Provida, actualmente acusado de desviar más de 25 millones de pesos que obtuvo del erario público para supuestamente equipar centros de atención para las mujeres.
El acecho religioso
La médica estudió toda su infancia con mujeres católicas y le tocó enfrentar la visión religiosa de los gobiernos panistas como el de Ana Rosa Payán Cervera, quien fue alcaldesa de Mérida en dos periodos (1991 y 2001). Así fue aprendiendo a reconocer las opiniones de la Iglesia, pero aún así el odio hacia la clínica fue sorprendente. Unos días después de inaugurar el lugar recibió la visita de Jorge Serrano Limón, quien llegó acompañado de prensa nacional y extranjera y decenas de personas de grupos religiosos, en su mayoría jóvenes, gritando que allí se cometían asesinatos.
— «Este es mi lugar, es mi casa y yo voy a entrar», respondió la médica. Ante la mirada de la gente que gritaba, Sandra se agachó y pasó por debajo de las piernas de Serrano Limón, quien se mantenía de pie, impidiendo el paso hacia la puerta. Ya en la entrada, ella sacó sus llaves, abrió e invitó a la prensa a pasar y conocer su clínica, les hizo un recorrido y atendió sus dudas y preguntas.
«Ellos tienen interés en que no haya un espacio para que las mujeres puedan ejercer su derecho reproductivo a interrumpir un embarazo y que no haya un lugar en donde las mujeres sean prioritarias y se les diga lo que se le tiene que decir», explica Peniche Quintal. La clínica es un espacio a favor de las vidas de las mujeres, donde se atiende, por ejemplo, a pacientes con el virus del papiloma humano, que provoca el cáncer cérvico-uterino, y se les explica que el virus se transmite por medio de las relaciones sexuales y no es que aparezca de la nada, como dicen algunas médicas y médicos.
La especialista se pregunta por qué en la medicina se reserva información a las mujeres y ella misma se responde. «¿Pero por qué dices eso? ¿Por qué les mientes a las mujeres? Para proteger la promiscuidad de los hombres. Yo se los pongo diferente: cada persona tiene derecho de relacionarse sexualmente con quien quiera, las veces que quiera, de la forma que quiera, siempre y cuando sea con respeto y que las dos personas quieran. Si no es así no se puede. Cada quien tiene que tener responsabilidad para su cuerpo y para los demás». Y la primera responsabilidad, sostiene, es de los hombres y es usar condón.
Sandra da esta información y por eso los fanáticos religiosos la atacan y le dicen que se va a ir al infierno. Como muestra, en una ocasión mandó tallar la ilustración del cuadro de la vulva que cuelga en la pared de la sala de espera de su clínica. El día que le entregaron la figura, la dejó junto a un montón de macetas y plantas que más tarde arreglaría en un jardín. Todo se quedó en su camioneta, estacionada cerca de la clínica. Ese día la policía la buscó porque un grupo de mujeres creyeron que la imagen era una virgen y le rezaron, pero cuando cayeron en cuenta de que no lo era, la denunciaron ante la policía.
Esas anécdotas que hoy cuenta con una sonrisa y toma con gracia trastocan su vida cotidiana. El 13 de marzo de 2018, mientras estaba afuera del consultorio supervisando unas reparaciones en el techo del inmueble, un hombre se acercó y le clavó un desarmador en el costado. La hirió y al tratar de ocasionar una segunda herida, el trabajador que hacía las reparaciones reaccionó y trató de impedirlo. El agresor se echó a correr. El hombre fue detenido, pero las autoridades le dijeron que fue una lesión menor porque tarda menos de 15 días en sanar, incluso la médica legista dijo que no ponía en riesgo su vida.
A pesar de ir contra corriente, Sandra Peniche busca las formas de no vivir en la zozobra, por eso tiene medidas de protección y acompañamiento de redes defensoras de Derechos Humanos. La clínica tiene cámaras de video, dos puertas de seguridad y una reja en la recepción. Ella además es acompañada por escoltas. No titubea en decir que hay interés en hacerle daño. «Es porque yo soy un referente al que hay que tumbar. Porque ninguna mujer puede ser independiente, ninguna mujer puede autodeterminarse porque somos una amenaza para los demás, ¿en qué sentido? en que no pueden tener control sobre las mujeres».
Apuesta por la educación
Desde hace cuarenta años la médica le apostó al trabajo exclusivo con mujeres, pero sus proyectos han puesto el énfasis en la importancia de reeducar a los hombres, quienes, desde su punto de vista, son los principales propagadores de las infecciones de transmisión sexual y los principales agresores sexuales y violentadores de mujeres.
Desde hace cuarenta años la médica le apostó al trabajo exclusivo con mujeres, pero sus proyectos han puesto el énfasis en la importancia de reeducar a los hombres, quienes, desde su punto de vista, son los principales propagadores de las infecciones de transmisión sexual y los principales agresores sexuales y violentadores de mujeres.
Por esa razón y porque es necesario aprender, creó el «Condontrici», un triciclo decorado y equipado que sorprendía a transeúntes cada vez que se estacionaba por mercados, parques y escuelas públicas para repartir condones e información sobre salud sexual. También creó el «Penetón», una feria con juegos como la «penelotería», la «penepesca», los «penedardos» y teatro guiñol, entre otros. Todos diseñados para aprender de anatomía «y fisiología del pene y la reproducción masculina y comportamiento sexual y sin ningún componente erótico». Este último proyecto se realizó en 2011 en la Facultad de Medicina y después se llevó al cuartel del Ejército en la ciudad de Valladolid. Aunque ha sido un éxito ni la Secretaría de Educación, ni la Secretaría de Cultura han querido adoptar estas ideas.
Otra de sus preocupaciones ha sido la salud de las mujeres rurales, quienes viven más alejadas de los servicios públicos. Esto la llevó a emprender una caravana de la salud. Los fines de semana hacía campañas en áreas rurales de Yucatán para detectar el Virus del Papiloma Humano, pero muchas veces la atención se ampliaba. Convocaba a Eldy Santos, a una traductora de maya y si era posible a más personas. Se montaba en su camioneta, a la que sujetaba un remolque con todo su equipo y material, rentaba un espacio en un hotel y se disponía a atender a mujeres del municipio de Tecax, a 115 kilómetros de la capital.
Otros de sus proyectos, como destaca la médica Ortega Canto fue Mamitas, creado para trabajar con amas de casa. En este caso consiguió recursos federales para que las mujeres aprendieran oficios como carpintería, hojalatería o electricidad y crianza de animales de corral. La idea fue aprender oficios para aumentar sus ingresos económicos. «Esta cascada de esfuerzos, de programas, de resultados entregados a la sociedad por parte de la doctora Sandra son en sí mismos una propuesta innovadora, pero también son una propuesta que cuestiona el conservadurismo en los diferentes ámbitos de este de gobierno y de sociedad civil», asegura la médica Judith Elena Ortega.A pesar de que la iglesia católica y los grupos antiderechos la acechan acusandola de prácticar abortos y cometer actos impropios, las intervenciones en salud de Sandra Peniche son más amplias, por eso sigue y seguirá trabajando: con su equipo de médicos atiende en su clínica y continúa su tarea de divulgadora de la salud sexual y reproductiva.
A pesar de que la iglesia católica y los grupos antiderechos la acechan acusandola de prácticar abortos y cometer actos impropios, las intervenciones en salud de Sandra Peniche son más amplias, por eso sigue y seguirá trabajando: con su equipo de médicos atiende en su clínica y continúa su tarea de divulgadora de la salud sexual y reproductiva. También escribe una columna en el periódico Por Esto! y participa en un programa quincenal en Radio Xepet, una emisora que transmite en maya y español. «Siempre trato de ver cómo uno puede aprender y vivir sin sufrir. Si no sufres, tienes más oportunidad para disfrutar y para gozar», afirma.