¿Un nuevo partido de oposición? / Eduardo Torres Alonso

Después del descalabro que tuvieron los partidos políticos de oposición más importantes en México, como lo son (¿o fueron?) Acción Nacional, Revolucionario Institucional y de la Revolución Democrática, en las elecciones federales del 2 de junio en donde no sólo perdieron la Presidencia de la República, sino que su presencia en las cámaras de Diputados y de Senadores será más pequeña de lo proyectado, se esperaba que existiera un proceso de reflexión que llevara a una autocrítica, generando un plan para continuar en el sistema de partidos y disputar el poder. Nada de eso ha ocurrido.

Los tres partidos se encuentran en una franca crisis. El PRD, de acuerdo con la legislación electoral y al no alcanzar el mínimo de votos (tres por ciento del total de la votación válida en alguna elección federal), está en proceso de liquidación y desde hace un mes el Instituto Nacional Electoral designó a un interventor para dicho proceso. El PAN vive una confrontación entre facciones en donde unos y otros se responsabilizan del desempeño electoral. El grupo del expresidente Felipe Calderón y el del actual dirigente del partido, Marko Cortés, han expresado públicamente sus diferencias y con un clima de tensión, ese partido se dirige hacia la sucesión de su Comité Nacional. Por su parte, el PRI está en una coyuntura histórica: la de sobrevivir con dignidad o pasar a la historia como un partido que perdió el rumbo. Más aún, la inminente reelección de su presidente, Alejandro Moreno, ha distanciado a militantes de peso e influencia y confrontado a sus sectores tradicionales.

El momento actual del sistema de partidos que se integró, fundamentalmente, por tres es de incertidumbre y reconfiguración. Ninguno de ellos representa una alternativa real para competir por el poder. Entonces, el partido gobernante parece que se ha quedado sin rival.

Por ahora, esto es cierto, al menos, en lo que a disputas electorales se refiere. No obstante, habrá personas inconformes con la actuación del gobierno, con el desempeño del partido mayoritario o con los actuales líderes políticos. Algo de eso se mostró con antelación a las elecciones. Las manifestaciones en contra de las reformas al Instituto Nacional Electoral o el Poder Judicial dieron cuenta de un sector de la sociedad que expresa su queja, desagrado y desacuerdo. La llamada “marea rosa” reunió a una ciudadanía que, militante o no en los partidos, está molesta.

Una de las organizaciones que impulsó esa marea es el Frente Cívico Nacional (FCN) que muestra signos de transformar su naturaleza y convertirse en partido político. Es un movimiento audaz y peligroso por la misma razón: por la crisis que enfrentan los partidos tradicionales. Si el Frente busca cautivar una ciudadanía cansada de lo mismo, es probable que tengan éxito sumando a personas desencantadas, pero también puede fracasar por la razón de que la oposición que hoy existe representa poco, la oligarquización es una realidad en ella y no ha logrado construir un discurso creíble que le dispute el monopolio de la voz al Presidente y su partido. ¿Qué garantía hay de que lo nuevo no lleve consigo viejos vicios?

La democracia reconoce la necesidad de que existan varios partidos que compitan por el poder. Por ello, es saludable que proyectos políticos distintos se presenten en el espacio público y convenzan a la población para que los apoye.

Si el FCN decide ir en la ruta de volverse partido tendrá que satisfacer los requisitos que, de acuerdo con la Ley General de Partidos Políticos vigente, son: presentar una declaración de principios, un programa de acción y sus estatutos, y contar con tres mil militantes en, por lo menos, veinte entidades federativas, o bien tener trescientos militantes en al menos doscientos distritos electorales uninominales, además de la celebración de asambleas. No parece descabellado que los satisfagan. Pero sus impulsores habrán de trabajar de forma permanente para no perder entusiasmo ya que la solicitud de registro deberá de ser presentada en enero de 2025. Para ese momento, Claudia Sheinbaum llevará algunos meses gobernando y existirá un nuevo “ánimo” en la sociedad mexicana.

México requiere de partidos de oposición con una ideología clara, un programa definido y una capacidad de movilización que descanse en el convencimiento y no el clientelismo.

Si no se conforma una oposición que abrace los valores de la democracia surgirá otra “desde los confines del sistema” que imite o simpatice con fenómenos disruptivos como Trump, Milei o Bukele, como se publicó en el editorial de El País un día después del triunfo de Morena.

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