Vecinos / Eduardo Torres Alonso

El destino hizo que México tuviera como vecino a Estados Unidos. Esta disposición de la geografía es irremediable. Los países no dejarán su territorio y se mudarán a otras coordenadas. La colindancia es un hecho presente que seguirá durante el futuro, como se ha mantenido durante dos siglos de vínculos diplomáticos.

La relación bilateral es añosa e intensa. Para algunos, (con)vivir con el país triunfador de la Guerra Fría es una afrenta personal e histórica; para otros, es una oportunidad –a veces perdida– de “ser como ellos”: adoptar el American Way of Life e introyectar sus valores. Quienes se ubican en esas posiciones, distintas, contradictorias e irreductibles, muestran una lectura general y simple de la convivencia, no sólo entre Estados sino entre individuos. Las diferencias no significan enemistad. Ni todo es bueno, ni todo es malo. Aunque algo es claro: la condición de desigualdad de México frente a Estados Unidos no debe ser sinónimo de debilidad o sumisión, pero tampoco debe formar parte del discurso para el chantaje o la presión.

En estos 200 años de relaciones, conmemorados el 12 de diciembre de 2022, fecha simbólica para los mexicanos, ha pasado de todo. Es probable que no exista algún otro país con el que México, tanto en su pasado remoto como en el inmediato, tenga un catálogo de eventos tan significativos como oprobiosos, pero en eso consiste la política y más cuando se comparte la línea fronteriza: en superar los desaguisados, enfrentamientos y desacuerdos para continuar existiendo en las mejores condiciones posibles y con dignidad.

México y Estados Unidos comparten 3,169 kilómetros de frontera que incluyen 48 condados estadunidenses y 94 municipios mexicanos; con ello, una agenda compartida: migración, cambio climático, tráfico de armas y de drogas; movilidad de científicas y de científicos, intercambio comercial, en fin, la vibrante conexión cultural y artística. Un dato muestra la cercanía, más allá de lo territorial, entre ambos países. La pandemia de COVID-19 mostró la relevancia de la buena vecindad (así haya sido por un asunto estratégico): alrededor de 13 millones de vacunas fueron donadas por el gobierno de EE. UU. y se concretaron programas de vacunación transfronteriza. Además, la solidaridad de la población mexamericana con sus familias al sur del río Bravo fue, por demás, notoria.

Del encuentro en 1822 entre James Monroe, presidente de EE. UU. y José Manuel Zozaya, ministro de México en aquel país, se ha construido una comunidad hemisférica con vínculos íntimos y fuertes, aunque, a ratos, es cierto, han sido “vecinos distantes”, como tituló Alan Riding a su libro.

Ambos países tienen brechas y diferencias muy claras, pero también puentes que hacen que la comunicación, el intercambio y la cordialidad se mantengan y fortalezcan.

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