Vivir entre subversivos / Enrique Alfaro

(Segunda parte)

Comentaba en mi anterior publicación que luego de la lectura de “La revolución imposible” de Julio López Arévalo vinieron a mi mente muchos recuerdos sobre la guerrilla y sobre los guerrilleros con los que conviví a finales de los años 80 y principios de los 90.
Por mi militancia politica en el Partido de la Revolución Democrática guardaba yo una buena relación con los dirigentes de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC), quienes tenían conocimiento de la existencia de la guerrilla chiapaneca, pues coincidían en presencia en diversas comunidades de la Selva.
Entonces la revista Proceso era lectura obligada y en septiembre de 1993 publicó declaraciones del misionero jesuita Mardonio Morales quién advirtió que columnas guerrilleras entrenaban en las cañadas.
Mi amigo Jorge Modesto Moscoso Pedrero, entonces diputado federal, tomó tribuna en el congreso para hacer eco de lo declarado por el sacerdote Mardonio.
En ese año, con un grupo de amigos periodistas comenzamos a editar el diario Expreso Chiapas y a mencionar la existencia de la guerrilla. Realmente no sabíamos mucho, pero teníamos idea de la existencia de los subversivos.
En diciembre de 1993 decidimos tomarnos unos días de descanso, pero en la última edición del año sostuvimos que la guerrilla en Chiapas era “un secreto a voces”. El Partido Revolucionario Obrero Clandestino Unión del Pueblo (PROCUP), en su revista “El Insurgente” enviaba un “saludo revolucionario a las columnas guerrilleras que se entrenaban en la selva Lacandona”, información que nos sirvió de base para sostener la indiscutible existencia de los rebeldes. Para nuestra sorpresa, en las primeras horas del 1994 nos despertaron con las noticias de la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que había ocupado 5 ciudades, entre ellas San Cristóbal de Las Casas.
Pepe López Arévalo, “el gordito de los espejuelos”, ya nos había comentado semanas antes que le llamaba la atención que varios ganaderos de la zona selva estaban hospedados en Tuxtla: ya sabían que algo ocurriría. Además, en las ciudades aledañas a la selva ya era imposible conseguir paliacates: estaban agotados.
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El levantamiento del EZLN sorprendió a un grupo de dirigentes de la CIOAC y del PRD que se hallaban en comunidades de la selva, entre ellos estaba Agustín Rubio.
Fueron enterados de la situación y se les pidió que abandonaran con prontitud la zona. Les fue dado una clave, un salvoconducto que les permitió superar todos los retenes zapatistas, pero, al llegar a un puesto de control del ejército mexicano, fueron detenidos y encerrados con las manos atadas con alambre por la espalda. Quién llevaba la anotación que les servía de salvoconducto se comió el papel.
Mientras tanto, en Tuxtla el doctor Gilberto Gómez Maza, desde el comité municipal del PRD, encabezaba la exigencia de aparición con vida de Agustín y de los cioacistas. Yo los acompañaba en su exigencia.
A nuestros dirigentes detenidos por el ejército, creyéndolos guerrilleros, se les sometió a tortura física y psicológica, se les interrogaba y en varias ocasiones se les sometió a falsos fusilamientos. No soltaron información alguna en contra de los zapatistas.
Finalmente los pusieron en fila y un militar de alto grado les dijo que serían liberados, pero que antes quería hacerles un reconocimiento: “Si todos los milicianos zapatistas son tan firmes como ustedes, ya nos llevó la chingada”.
Acompañados de un conboy militar fueron conducidos a Comitán. El dirigente de la CIOAC que llevaba el volante del jeep pidió que le pusieran la mano en la palanca de velocidades, pues, después de varios días de estar amarrado con alambre, las manos se le regresaban a la espalda.
A la entrada de Comitán los cioacistas se voltearon a ver e hicieron señas con la cabeza. Todos entendieron y se sujetaron fuertemente al jeep. El que manejaba el vehículo pegó un volantazo y se perdió entre las calles aledañas a la zona de tolerancia. La maniobra fue tan rápida que los militares no pudieron seguirlos. El vehículo se dirigió a las oficinas de la CIOAC en esa ciudad que permanecía llena de decenas de militantes preocupados por su líderes. A la llegada todo fue alegría. Ya estaban protegidos por los suyos. Con el doctor Gilberto celebramos la aparición con vida de los compañeros.
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El ingeniero Heberto Castillo fue conducido a una reunión secreta. Lucio Cabañas lo recibió, le manifestó el profundo respeto que le guardaba por su congruencia y le ofreció el mando de sus columnas guerrilleras. Cabañas le ofreció la dirección del Partido de los Pobres al científico, ex dirigente del movimiento estudiantil del 68 y ex preso político. Heberto escuchó con atención al profesor y lider guerrillero. Luego tomó la palabra. Agradeció y fue extenso en dar sus razones de porqué no aceptaba. Heberto creía que la lucha clandestina no tenía futuro y que serían aplastados por el Estado mexicano. La lucha legal, aunque era el camino largo y difícil, era lo correcto. Lucio lamentó la decisión, volvió a manifestarle su profundo respeto y le aseguró que esperarían por si cambiaba de opinión. La reunión concluyó. El tiempo, desgraciadamente, le dio la razón al viejo Heberto.
La anterior narración es real y no sé si está publicada. Heberto se las contaba los militantes del Partido Mexicano del los Trabajadores a los que le guardaba mucha confianza. Yo la escuché de Jorge Moscoso y de Jack Demóstenes Muñoz González, militantes del PMT.
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Muchos años después, Pepe López Arévalo, quién también militó en el PMT, me suplicó que lo incluyera en una gira de Heberto por Chiapas. Pepe también lo admiraba y en esa ocasión pudimos hacerle las preguntas más disparatadas que se nos ocurrió. El viejo nos contestó todas. Pero de eso les platicaré en la siguiente entrega.

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