«Es preferible mantener abiertas las grandes preguntas que contentarse apresuradamente con las pequeñas respuestas». Savater
El prestigioso intelectual Juan Carlos Cal y Mayor se cuestiona, me cuestiona sobre la crisis y el futuro. Después de un impresionante repaso de las crisis en nuestro país y en otras latitudes a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI, Juan Carlos dice coincidir en que el mundo entró en una fase recesiva que, salvo en los lejanos tiempos de 1929 y con sus lógicas diferencias, nunca se había vivido en un clima como el actual y con unos efectos semejantes. Hurga, además, en las medidas emergentes de gran calado que se han tomado en los diferentes países. Banco de México, deuda pública, superávit y déficit fiscal, violencia y Estado de derecho, entre otros, forman parte de sus preocupaciones. Mueve neuronas y acicatea la reflexión. ¿Qué hacer ante ello? Quizá las respuestas pierdan relevancia, aún más rápido que la pregunta misma, porque la crisis, dada su complejidad y profundidad se quedará por un tiempo que es difícil evaluar. Hoy no me detendré en cifras cuya crudeza nos abruma y avasalla. Ya muchos actores se han pronunciado sobre las medidas contracíclicas que disminuyan los efectos de esta brutal y despiadada crisis. Y para qué abundar sobre un estilo personal de gobernar.
Crisis como oportunidad
Prefiero ver, con moderado optimismo, los espacios de oportunidad que se abren para sentar las bases técnico institucionales que detonen un desarrollo sostenido de México en el mediano y largo plazos. Aunque se ve difícil por las grietas y la polarización, se puede con voluntad política y energía social. Abrigo la esperanza, ese soñar despierto, de que voces sensatas, patriotas sin bozal y con sentido de la trascendencia, le den un respiro de dignidad a la República. Personajes propositivos, capaces de alzar la voz, y promover un cambio de rumbo en la actual política económica del gobierno federal, a todas luces reñida con la participación del sector privado en proyectos generadores de empleo productivo para miles de familias mexicanas. Un mazazo brutal es el freno a la producción de energía eólica y solar para favorecer a la C.F.E. Ya se escuchan voces de dentro y de fuera y con diferentes tonos que exigen una rectificación: Porfirio Muñóz Ledo, Dante Delgado, Carlos Salazar, Gustavo de Hoyos, Claudio X. González, partidos en cierne como el de Margarita Zavala, líderes de opinión, legisladores federales y locales de partidos de oposición y gobernadores de varias entidades del país, que han adoptado políticas propias de carácter fiscal y financiero de apoyo a sectores estratégicos, para reactivar sus economías. Destaco la sana rectificación de Claudia Sheinbaun, al adoptar políticas sanitarias y de emergencia económica, contracorriente de lineamientos generales de la Federación. Una muestra de lealtad al presidente, pero también de valentía y valores éticos que responden a las exigencias de sus gobernados. Mención aparte merecen los legisladores que buscan la reelección, tendrán que rendir cuentas en 2021. Claro, muchos están confiados en la dádiva y el clientelismo en sus respectivas entidades, aunados a una ciudadanía de baja intensidad, exaltan al pueblo bueno y subestiman a franjas muy amplias de votantes clasemedieros. La soberbia de muchos de ellos no les permite advertir el poder de los medios, redes sociales y observadores acuciosos de su indignante y lacayuno desempeño, mismo que en su oportunidad saldrá a relucir. Incluso, en un gesto de vil oportunismo y con el pretexto de tender puentes, a espaldas del presidente coquetean con actores y organizaciones a quienes su mismísimo jefe tilda de portaestandartes del más rancio conservadurismo.
Reformas pendientes
Factores exógenos y endógenos conspiran para colocarnos como el país de América Latina que más padecerá la crisis económica. Cuando hablo de crisis como oportunidad apunto hacia reformas de fondo que le den mayor calidad a nuestra democracia, en términos de transparencia y eficiencia; también para diseñar un modelo de crecimiento capaz de redistribuir el ingreso y disminuir la desigualdad, reformas para desarrollar infraestructura física, generar empleo, mejorar el capital humano, incrementar la productividad y construir contrapesos. La tarea sobre cómo hacerlo nos corresponde a todos a través del diálogo, como el más alto escenario de la razón. En lo peor del huracán la alternativa es buscar diferentes tipos de diálogo, devolverle el poder a la palabra. Desde los presocráticos ese era el instrumento por excelencia, que tuvo su apoteosis en Sócrates y en su discípulo, Platón. Cuando la crisis de los ochenta, la llamada «Década Perdida» en América Latina y el Caribe, el proceso fue de reformas económicas y financieras sin que se produjeran cambios institucionales que prepararan a México para la nueva etapa. Cayó el Muro de Berlín, se desintegró la Unión Soviética, la revolución tecnológica no tuvo precedente, se globalizó el sistema financiero, era el final de Bretton Woods y el despertar de Asia como actor relevante en lo económico y productivo. No aprendimos. Las instituciones siguieron aletargadas y los contrapesos inexistentes, aunque se construyeron instituciones autónomas, varias de las cuales ya no lo son. Los tiempos de bonanza, por una combinación de factores internos y externos, paralizaron la reforma del poder y, con ella, la reforma de las instituciones; muchas ideas sucumbieron ante el «apapacho» del poder político. Hoy sentimos los efectos de un dramático cambio de ciclo mundial y una fuerte recesión económica que afecta la inversión, el empleo, la demanda, la oferta, la seguridad, los niveles de vida, y agita los escenarios sociales en una etapa que estará marcada por sucesivos procesos electorales. Tiempos de alianzas y reacomodos de fuerzas, volatilidad y reafirmación de lealtades, y la presentación en sociedad de nuevos partidos y de nuevas redes ciudadanas con proyecto y fuertes convicciones éticas. Viejos y nuevos liderazgos, entreverados para conformar nuevas mayorías legislativas. Aunque parezca tan innecesario como obvio, debemos insistir en que, ante la magnitud de los desafíos, se necesita de una estrecha coordinación pública, social y privada, definiendo ámbitos de competencia muy claros. Si hay voluntad podemos.