A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Justicia para los juzgadores

El martes pasado fue asesinado dentro de su casa y en presencia de sus hijas de 7 y 3 años, el Juez Penal Federal, Uriel Villegas Ortiz y su joven su esposa. Al saberse del lamentable crimen, los ministros de la Suprema Corte hicieron suyo el reclamo de exigir el esclarecimiento de los hechos ante la delicada función que desempeñan. Se trata de asunto por demás grave. Deja en descubierto la vulnerabilidad y el riesgo a que están expuestos quienes tienen el deber impartir justicia. Se dice que por los recortes presupuestales el Juez no contaba con escoltas o algún tipo de protección. Esto pone en entredicho, como en muchos otros casos, al afán pendenciero del presidente que desde su campaña y ahora en el gobierno, pone en duda la honorabilidad del poder judicial.

No se cansó de señalar que tenían sueldos excesivos exponiendolos a la sorna quienes creen que sus prestaciones son opulentas y groseras. Viven diciendo que el poder judicial es una puerta giratoria. Apenas el 16 de febrero pasado, reprochó que jueces y magistrados liberaran a presuntos delincuentes «con la misma excusa, el mismo pretexto, la mañosería» de que las carpetas de investigación están mal integradas y que por ello incurren en corrupción. Con todos los defectos que puedan tener no se les debiera degradar de esa manera ante la opinión pública. Resulta que ahora es el pueblo el que imparte iracundo justicia como si viviéramos en los tiempos de Poncio Pilato, la quema de brujas de la santa inquisición o en plaza de la Concordia aplicando la guillotina.

Lo mismo pasa ahora con las policías del país. Se generaliza y se les está criminalizando por los lamentables casos de abuso que provocaron la muerte a sangre fría de un joven en Oaxaca, la agresión a una joven durante las manifestaciones en la CDMX y el asesinato de otro joven más en Jalisco. Todos sin duda casos execrables que deben sancionados conforme a la ley. Los culpables han sido detenidos y están siendo juzgados.

Durante 2019 asesinaron en el país, al menos, a 446 policías. La mayoría con salarios raquíticos que dejaron viudas y huérfanos en la pobreza. Ellos también son pueblo y se les está matando en cumplimiento de su deber. De igual manera militares han sido agredidos en varias ocasiones sin oponer resistencia porque ahora les dicen que hay que dar abrazos. Apenas el lunes pasado secuestraron a un general en Puebla que fue rescatado con señas de violencia física.

Vivimos en país donde los productores de narcoseries y las bandas norteñas que entonan narcocorridos en las ferias de pueblo ganan millones de pesos. Donde un futbolista de primera división o un comentarista de la farándula, gana más que un juez o el presidente de la República. Pero no vaya ser -con eso de que todos son corruptos- que un funcionario con años de experiencia gane un salario oneroso y por ende grosero a los ojos de ese mismo pueblo. Se les han quitado seguros de vida y de gastos médicos «que los paguen ellos» dicen. Se decidió reducirles sueldos y quitarles el aguinaldo en aras de la austeridad franciscana en autoinfligido desmantelamiento de lo que consideran la élite burocrática, sin considerar su probidad y vocación de servicio.

En esta «deformación» de la vida pública nadie debe ganar más que el presidente que además redujo su sueldo a la mitad. Solo que a él le pagan todos sus gastos. Tan solo en sus giras durante 2019 el presidente gastó 32 millones de pesos. Y aunque se redujeron los montos en comparación con gobiernos anteriores, no dejan de ser onerosos cuando al mismo tiempo sometió a todas las dependencias a un recorte del 75%.

No debiera anatemizarse más a los jueces. Existen para juzgar su desempeño los Consejos de la Judicatura. Vivimos sin embargo las consecuencias de una retórica populista donde pagan justos por pecadores. Que ha decidido mandar al diablo a las instituciones. El ejercicio público se ha convertido en una actividad de riesgo. Decía el poeta Leonard Cohen: «Con el poder mantenemos una relación ambigua: sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran los gobiernos, los hombres se abrazarían».

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