A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

El efecto placebo

En medicina el placebo es una sustancia que carece de acción curativa, pero produce un efecto terapéutico si el enfermo la toma convencido de que es un medicamento realmente eficaz, aunque está hecho de productos inertes y sin ningún principio activo. Es la modificación, muchas veces fisiológicamente demostrable, que se produce en el organismo como resultado del estímulo psicológico inducido. Es decir que, aunque se trata de un ardid surte paradójicamente efectos positivos en la respuesta inmunológica de los pacientes en tanto no se percaten del hecho.

Cuando observamos la medición diaria que realiza y publica Consulta Mitofsky en -El Economista- respecto de la aprobación presidencial, pareciera advertirse que el llamado efecto placebo también tiene efectos en la política. Aunque el presidente comenzó generando altas expectativas y por ende un alto grado de aprobación al principio de su sexenio, la evaluación ha disminuido, pero no de manera dramática como muchos supondrían ante la grave crisis sanitaria, económica, inflacionaria y de seguridad por la que atraviesa el país. La aprobación se mantiene firme por arriba del 56% contra 44% incluso menos de desaprobación.

Desde que comenzaron este tipo de encuestas poco antes del año 2000, los presidentes desde Zedillo a Calderón han mantenido estos promedios, lo cual no necesariamente se reflejaba en los resultados electorales sobre todo en las elecciones intermedias para renovar el Congreso de la Unión. Todos ellos gobernaron con un congreso dividido y sin una mayoría absoluta en contraste con la que ahora predomina desde el inicio de esta administración.

El caso de Peña Nieto fue dramático. Cayó en popularidad como ningún presidente en la parte final su sexenio hasta en un 20%. A pesar de que al inicio de su sexenio logró una gran concertación con los partidos de oposición -menos Morena- para lograr las reformas energética, educativa y fiscal entre otras, he incluso apareció en la portada de la revista TIME como «el hombre del año»; una serie de escándalos dieron al traste con su aprobación.

Primero fue la famosa «Casa Blanca» (una propiedad que adquirió y hasta presumió su ex esposa) un asunto turbiamente esclarecido y después el caso Ayotzinapa donde 43 estudiantes normalistas en Guerrero resultaron desaparecidos sin que hasta la fecha se sepa su paradero. A pesar de que los entonces alcaldes de Iguala y el gobernador de Guerrero eran de extracción perredista, la narrativa que diestramente manejó la oposición que ahora gobierna fue la de un crimen de estado. «Vivos se los llevaron, vivos los queremos» «Fue el estado» fueron las consignas que sirvieron de lápida a la figura presidencial. Aunado a ello, el incremento de la violencia y los homicidios dolosos en el país, pero sobre todo la idea de una corrupción generalizada que cimbró la credibilidad y sirvió de bandera a la tercera campaña consecutiva de nuestro actual presidente.

Aunque la transición se dio de manera civilizada, la narrativa presidencial mantiene vigente la polarización que ahora divide al país entre buenos y malos, entre los que están a favor y los que están en contra de la llamada 4ta transformación. No hay medias tintas y el ambiente político se torna tóxico porque nadie quiere dar su brazo a torcer y menos el presidente que un día sí y otro también desde las mañaneras increpa a sus malquerientes y críticos.

La inseguridad se ha incrementado a niveles trágicos. El desempleo, la inflación y la crisis sanitaria producto de la pandemia mantienen asolado al país, pero para eso existen los «otros datos» que desvirtúan cualquier crítica al régimen por razonable y fundada que parezca. Se culpan unos a otros y es así que la «herencia maldita» del neoliberalismo sigue siendo la causante de todos los males pasados, presentes, habidos y por haber. Eso mantiene la esperanza y la aprobación a partir de la idea de que el camino es largo y falta tramo por recorrer. Es un principio de fe. Así es que la aprobación presidencial tiene un chaleco antibalas y nada, por escandaloso que parezca, resulta inmutarla. Es lo que en teoría política bien pudiera llamarse el efecto placebo.

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