Articulo Único / Ángel Mario Ksheratto

La muerte del palomo

En un país plagado de políticos corruptos, secuestrado por minorías intransigentes y gobernado por tecnócratas incapaces, insensibles y cínicos, los fenómenos sociales surgidos del éxito personal arrancado de las entrañas de la pobreza, la marginación y el olvido, se convierten en factores útiles que de una u otra forma, ofrecen una especie de oasis para el desfogue masivo y la erupción de utopías. Alberto Aguilera Valadez y Juan Gabriel, fueron un fenómeno social que caracteriza el ser mexicano nato.
Hago la separación de uno y otro porque el primero, Alberto, es la clásica representación del joven mexicano preñado de esperanzas e ilusiones, pero condenado al olvido y menosprecio de la clase política gobernante que despilfarra recursos públicos en pedanterías estériles. El segundo, Juanga, porque una vez superada su condición de marginado, también supera su ego y transmite a través de su música, alegría, pero también dolor, ese dolor idiosincrático que el latinoamericano carga a voluntad.
El fenómeno en que Juan Gabriel se transformó, derribó barreras, mitos y fobias; todo, en un país de machistas y donde además, los homosexuales son repudiados incluso, por sectores que predican el amor al prójimo. «Lo que se ve, no se juzga», solía responder a los impertinentes majaderos que le instaban a reconocer públicamente su preferencia sexual.
Acosado, criticado, vilipendiado (hoy, los mismos que le condenaron por su homosexualidad, lo niegan y se declaran adoradores suyo), Juan Gabriel hizo caso omiso a los señalamientos y enfocó sus energías a demostrar que la condición de cada quien, no es impedimento para el éxito, de tal forma que a su muerte, el reconocimiento a su talento, ha sido —si no genuino por parte de algunos— generoso, aunque no han faltado los oportunistas (políticos, especialmente) que han llevado a la exageración sus expresiones.
Más allá de la figura, más allá de su talento, el compositor michoacano constituyó lo necesario para dar a México y América Latina, el bálsamo popular para la cura de los males emocionales, al menos.
Con todo, a Juan Gabriel lo vapulearon; fue constante víctima de homofóbicos, religiosos y otros sectores «conservadores» que nunca pudieron asimilar el arrastre de masas a base de carisma y talento. Como dato curioso hay que decir que muchos de los que le condenaron, en estado inconveniente, cantaron sus canciones y hubo quienes imitaron complacidos, sus gestos y movimientos amanerados… Y lo seguirán haciendo, sin duda.
Porque el llamado «Divo de Juárez» es ahora, culto y leyenda; mito y verdad que deja un vació. Sí, un vacío social en un país en crisis, un país sin rumbo, un país sin gobernantes honrados. Personajes como Juan Gabriel, de alguna manera, contribuyen con su talento, a la contención de iras.
¿Habrá otro como él?, es lo que miles se preguntan. Quizá sí. Ojalá. Por ahora, no podemos decir que exista otro Juan Gabriel en la pléyade de compositores nuevos. El romanticismo, la alegría, la calidez humana, el dolor, la expresión más libre del sentimiento suyo, no se podrá reproducir. Basta oír las letras de las canciones modernas para saber a ciencia cierta que pasará mucho tiempo más para que surja otro de su talla; otro que haga vibrar a las multitudes, otro que desoiga los rumores y críticas y se concentre a dar lo mejor de sí.
Se va el icono. Se va el cantautor. Queda su legado como testimonio permanente del muchacho perseverante que conquistó la cima del espectáculo y convirtió sus sueños en arte y talento. Queda el ejemplo para millones de jóvenes mexicanos que siguen siendo marginados (el reciente fracaso deportivo en Río de Janeiro, no nos deja mentir), pero que tienen aspiraciones superiores.
Descanse en paz.

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ksheratto@gmail.com

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