Cdigo Nucú / Cesar Trujillo

Voces inocentes

Tú nunca me escuchas, me dijo años atrás mi hija con apenas ocho años. En esa ocasión hizo manifiesta su molestia al tratar de contarme algo que para ella era importante y que yo minimicé por estar «ocupado» haciendo ya no recuerdo qué. A sugerencia, la seguí a su cuarto y pedí me contara. Era la idea de un dibujo. Tan simple como eso, podría pensarse. Sí, pero quería compartirlo conmigo.
Cuento esto porque he aprendido que es de suma importancia escuchar a nuestros hijos. Aunque en ocasiones caigo en lo mismo de muchos papás a los que nos absorbe el trabajo, las ocupaciones, y no delimitamos tiempos ni prioridades y termino fallando. Lo confieso.
Escuchar ha sido uno de los grandes consejos de mi madre, la mujer que siempre revisaba mi mochila cuando menos lo esperaba, la que arribaba a la escuela sin avisar para platicar con mis maestros sobre mi conducta y desempeño (lo hizo hasta la preparatoria), la que se enteraba de todo lo referente a mi persona aun cuando yo quería ocultarle ciertas cosas, la que conocía a mis amigos hasta por los silbidos. Sí, la que siempre estuvo cuando lo necesité y que se esforzaba por escuchar, aunque no siempre lo lograba.
Con el paso del tiempo, gracias a mi madre y a mis abuelas, he aprendido que escuchar a los hijos es indispensable. Y no voy a ahondar en análisis sobre ello, pues no soy especialista en psicología o en el comportamiento humano, menos aún el padre ejemplar.
Sin embargo, tengo claro que estar cerca de ellos, entenderlos sin juzgar, mostrarles confianza y empatía, permiten que sean diferentes, ya que al estar inmersos en una sociedad cambiante y convulsa, en un mundo apático y frívolo, podrán tener herramientas para hacer frente a los problemas que los aquejen.
Quienes me conocen saben que, a la par de la poesía y el periodismo, me dedico a la docencia y que buscar siempre la cercanía con mis hijos, platicar con ellos y contarles sobre los problemas que considero los acechan, ejemplificar y mostrarles que estoy ahí para lo que se les ofrezca, me permite entender que algo de lo que adolecen muchos jóvenes es que sus padres no los escuchan.
Recuerdo bien lo que me comentó una alumna hace algunos años, y me dejó con un nudo en la garganta y un dejo enorme de tristeza: «mi padre me oye, profe, pero no me escucha. Por eso he optado en contarle lo mínimo, lo que quiere oír. Lo demás me lo trago y ahora le cuento a usted porque ya no aguanto, y siento hasta ganas de morirme». Esa vez no pude decir mucho, pero la abracé y le dije que los padres en ocasiones olvidamos que tuvimos otra edad, que pasamos problemas, que adolecimos…, y funcionó al grado que hasta hoy somos grandes amigos.
Por años, en diferentes instituciones educativas de la entidad, he tomado no sólo el rol del maestro de lectura y redacción, español u otra materia, sino el de confidente, al que se le acercan sin buscarlo y le piden un consejo, una palabra o simplemente comparten alguna historia que para ellos es importante. Y no es algo que uno elija (muchos maestros lo saben). Pasa, quizá, porque algunos ven en la transparencia de las palabras, los actos y en el amor que transmitimos, el espacio para ser.
Tomar el rol de quien los ha visto llorar porque tienen el corazón destrozado por el primer amor —sus papás no saben muchas veces que éste existe, porque se ocuparon en amenazarlos en vez de generar confianza—; calmar la ira que les desborda los puños para que no se metan en problemas como lo hice yo tiempo atrás; ayudarles a pensar en sus sueños, mismos que muchos papás les quieren imponer; contarles que la felicidad son instantes, entre mucho más, no es tarea fácil.
Es ahí donde hay un enorme vacío. Y duele decirlo, pero muchos papás creemos que la falta de afecto o tiempo para compartir con los hijos debe suplirse con cosas materiales. Atiborramos sus cuartos de cosas que no quieren o necesitan. Los dejamos solos y se ven devorados por la vorágine de la deshumanización que nos ha golpeado severamente desde hace tiempo.
Vivimos inmersos en un sistema confeccionado en el individualismo, en el clasismo y lo fomentamos a gran escala desde el hogar: todos inmersos en nuestros teléfonos celulares riendo en burbujas diferentes, absortos en las redes y olvidando que somos una familia, que debemos disfrutar el poco tiempo que tenemos juntos; todos hablando de unidad, amor, armonía, familia, y posteándolo aunque sea apenas otra cortina más de las redes.
Yo no soy quién para hablar del caso del niño del norte o para juzgar los suicidios de los adolescentes que están sucediendo en Chiapas. Pero sí sé que hay vacíos grandes en los hogares, que nuestra sociedad es doble moralista, que el consumismo y el desarrollo nos han vendido los más grandes males, que la escuela desoye, que el sistema es una maquinaria perfecta difícil de entender, que las autoridades no saben de políticas públicas que ataquen de fondo los problemas porque no entienden el trasfondo real de la política.
Yo sólo sé que a los hijos hay que escucharlos, guiarlos, dejar que se expresen y, en caso de verlos errar, corregirlos, y si no se tiene la capacidad para ello, buscar ayuda. Sólo así podremos hacer algo para mejorar, entendiendo que aunque no somos los padres perfectos tenemos en casa a los mejores maestros (nuestros hijos, sobrinos o nietos) y que juntos podemos buscar ser mejores cada día.

Manjar

Dos jóvenes se suicidaron en el municipio de Ocozocoautla. Ambos eran estudiantes de la Escuela Secundaria Salomón González Blanco. Tras las tragedias han surgido algunos señalamientos que deben prender un foco rojo urgente y trazar una línea de investigación sobre lo que se comenta. Las acusaciones de venta de drogas al interior de la institución, acoso (abuso sexual, advertían algunos comentarios) y bullying han sido mencionados, y exigen que la Secretaría de Educación tome cartas en el asunto y se llegue hasta donde el problema tope. Es inadmisible que no se le dé el papel de importancia que merecen estas lamentables decisiones donde los menores de edad se están quitando la vida. #EsTareaDeTodos // «Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos». Fernando Savater. #LaFrase // La recomendación de hoy es el libro El hombre sin atributos de Robert Musil y el disco de What’d I Say de Ray Charles. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *