Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Aunque para los papás, estos deberían ser días felices, pues lentamente se acerca el final de las vacaciones y por fin podremos liberarnos de nuestros querubines así sea por unas horas, al parecer la felicidad nunca puede ser total y absoluta y, a modo de karma, debemos pagar por esa libertad que todavía no tenemos.
Los cobradores de dicho karma toman forma de escuela. No termino de comprender si es a modo de desquite por los muchos retortijones estomacales que sufrirán gracias a nuestros chamaquitos, o si lo hacen para que reconsideres si realmente quieres traer más niños al mundo, pero hay instituciones y docentes que se encargan de hacerle la vida de cuadritos a los padres y madres de familia (y no cualquier cuadrito, sino grande, en hoja bond y en cuadernos cosidos con esmero), y te piden un montón de artículos escolares que, amén de caros, te implican un reto artesanal y mucha paciencia.
De hecho el dolor de cabeza comienza desde julio, cuando junto con las boletas y una sonrisa (¿será de burla?), te entregan la dichosa lista de útiles escolares que, así hayas sido un burro en la escuela, mentalmente y de manera vertiginosa sumas los probables costos, para llegar pronto a un resultado capaz de hundirte en la depresión, si tu cerebro no usara artimañas como la de decirse a sí mismo: «luego te preocupas por esto».
Claro que, como dijera el ahora desaparecido Kalimán, no hay día que no llegue ni fecha que no se cumpla, e irremediablemente llegará el momento en que deberás cumplir con la compra. Ese día, cartera en mano, dirigirás tus pasos a una casa de empeño, donde dejarás alguna antigua ilusión a cambio de una linda esperanza, la de que tu descendencia reciba una formación académica tal, que en su adultez no pase por las estrecheces económicas que ahora tú vas sorteando.
De hecho, las casas de empeño calculan de un 40% a un 60% el incremento de pignorantes durante esta época, los cuales, apenas salen de estos establecimientos, dirigen veloces sus pasos a tiendas de uniformes, librerías y papelerías, no vaya a ser que alguna otra necesidad se les atraviese en el camino y la situación se agrave más todavía (claro, de ser ese el caso, puede consolarse diciéndose: «hay países donde están peor que aquí»).
Pareciera que al tener el dinero en la mano, lo demás se resolverá sin mayores dificultades. Mentira. No es cierto. Se trata de un engaño doloroso. En realidad sólo ha saltado un escollo, pero faltan otros, muchos más, como encontrar el cuaderno de pasta azul, cosido y con rayas bien marcadas, que sólo vende una papelería que está a punto del desabasto, razón por la cual deberás entrar en combate con otros progenitores tan desesperados como tú por hacerse de la última libreta en existencia. Luego deberás conseguir los colores, crayones de cera, pliegos de papel de los que nunca has oído hablar, el juego geométrico, batas o mandiles de colores específicos y cuadritos precisos, carpetas de arillos, sacapuntas, borradores, libros tan caros que con ese dinero podrías comer una semana y, por supuesto, un mecapal, para que el niño o niña pueda ir cargando tanta cosa a la escuela.
Pero no se apure a respirar con tranquilidad, todavía falta numerar cada hoja de los cuadernos, forrar libros, rotular cada uno de los útiles, y no se le vaya a olvidar ponerle el nombre del querubín a un solo lápiz, porque justo será ese el que se pierda el primer día de clases, y ante cualquier reclamo el docente lo quedará viendo con gesto de: «yo se lo advertí, allá usted si no hizo caso».
Un caso extremo, y real, es el de una maestra que pidió dos cuadernos cosidos de cien páginas, los cuales deberán descoserse y luego volver a unirse, porque para impartir su sabiduría, ella requiere de cuadernos de doscientas páginas.
Así que ahí nos tienen a padres y madres de familia, a las abuelitas, a las tías y a los niños, trabajando con empeño porque a pesar de todo y de los malos ejemplos que abundan, le seguimos apostando a la educación como la principal herramienta para escalar social y económicamente.
Por supuesto que siempre existe la posibilidad de reciclar, de recuperar los libros que usaron los mayores para borrar las respuestas y así se les pase a los hermanitos o primitas más pequeñas, de remendar la falda que dejó de usar la vecina y de estirar a fuerza de brazos la playera de educación física que le compraron al niño en segundo año y sigue usando en sexto.
Otro modo de no sentir tan duro el ramalazo, sería el ponernos de acuerdo con las escuelas, y que los útiles se fueran comprando conforme avance el año escolar y de acuerdo a las necesidades reales que se vayan teniendo, para que no al final nos encontremos, como suele ocurrir, con útiles que nunca fueron usados.
Al final de cuentas, los principales y más profundos conocimientos que debe adquirir un estudiante —de cualquier grado escolar— y que le servirán para toda la vida, no requiere de cajas de cuarenta colores, de cuadernos con pastas dura o de tabletas y laptops, en tanto para aplicarlos en la vida real, sólo les hará falta un lápiz y una hoja. Hasta la próxima.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *