Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

En «Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez, uno de sus personajes más entrañables, llamada Úrsula Inguarán, mientras está siendo vencida por la decrepitud se queja de los cortos que se van volviendo los días, en incluso acusa a Dios de hacer con los meses y los años las mismas trampas que hacían los turcos al medir una yarda de percal.
Hay una explicación bastante seria para explicar por qué conforme vamos acumulando años, el pasar de estos nos parece más rápido, y tiene que ver con la experiencia acumulada. Es decir, un niño de un año, para cumplir otro, debe acumular a través de los días el cien por ciento de su experiencia previa, lo cual le implica mucho más trabajo al cerebro. Ese porcentaje se va reduciendo al pasar del tiempo, y de pronto, un año, representa una quincuagésima parte de nuestra vida, y entonces, desde esa postura, a nuestro experimentado cerebro ya no le parece tan extenso. Algo similar ocurre cuando recorremos un camino nuevo, que la ida nos parece siempre más tediosa y larga que el regreso.
Tanto rollo y tanta vuelta —disculpen ustedes—, es para decir que de pronto sentí que me estafaron con los meses, las semanas y los días. Ni bien estaba guardando los platos del pozole en septiembre, cuando ya había qué preparar los altares, a los que no se podía dejar demasiado tiempo a la intemperie, en primer lugar porque siguió lloviendo en noviembre, y en segundo lugar, porque ya los niños se habían montado en su mula de poner los adornos navideños y armar el nacimiento. Y cómo ignorarlos si el calendario dio por confirmarnos que ya era diciembre, es más, en lo que tecleo estas palabras, recuerdo que ya pasó la mitad del mes y que en cualquier momento hay que dejar de escribir 2015 para acostumbrarnos a una cifra que termine en 6.
Es también la época de hacer el recuento de lo vivido, porque, más allá de que nos gusten o no estas fiestas, sí invitan a la reflexión y a proyectar cómo nos gustaría vivir el año que viene.
En mi caso ocurrieron eventos afortunados y maravillosos, milagros increíbles y a la vez tan cotidianos que estuve tentado a menospreciarlos, por suerte una voz interna me metía mis buenas regañadas y terminaba poniendo orden sobre mi perspectiva de las cosas.
Claro que también tuve pérdidas y viví partidas que aún me cuesta asimilar, en no pocos casos de jóvenes como mi amiga Katia Heinz, en otras, de personas no tan grandes, pero que justo por esta época cometieron el error de no medir la ingesta alimenticia y la cuesta de enero se los cobró con un infarto.
Por otro lado, esta es una época especial en la que muchas personas deciden detener sus actividades para dedicarle un poco de tiempo a sus seres queridos y, a veces, hasta a sí mismos.
Se realizan viajes, se organizan reuniones, se festejan cumpleaños de meses anteriores y se inventan motivos para reunirnos entre quienes nos queremos, para festejar que por un año más seguimos vivos y con la posibilidad de vernos a los ojos.
Yo tengo la suerte de que seres a quienes amo van a venir a visitarme. Tengo la amenaza de grandes amistades de que vendrán a remover recuerdos, reafirmar alianzas y crear compromisos de nuevas aventuras. Tengo, además, algunos sueños y anhelos que quiero realizar, y que son tan simples y profundos como pasar un tiempito en paz con mi querubín y con la dueña de mis quincenas.
Así pues, y para cumplir con todos estos buenos deseos sin remordimientos ni recuerdos de compromisos, me despido de estas «Cotidianidades…» por lo que resta del año. Les agradezco enormemente que me hayan acompañado en el 2015 que comienza a apagarse, les mando un abrazo lleno de buenas vibras (de esas que invitan a crear realidades más maravillosas de las que alguna vez imaginamos) y los espero con nuevas anécdotas en enero cuando, espero, al tiempo que teclee mis primeras líneas, esté preparando mi traje de parachico para ir a bailar a la Fiesta Grande de Chiapa de Corzo.
Felices fiestas, que tengan un 2016 con más alegrías que sinsabores y que la fuerza los acompañe. Hasta la próxima.

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