Los libros del Estado / Eduardo Torres Alonso

Uno de los logros del sistema educativo nacional es la existencia de libros que acompañan la formación de los estudiantes de educación primaria. En fechas recientes los nuevos libros de texto gratuitos, hechos bajo la actual administración federal, han estado envueltos en la polémica y surgen, como en el pasado, algunas voces que piden que se eliminen.

Con el apoyo del presidente Adolfo López Mateos, el 12 de febrero de 1959, se creó la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos cuyo primer director fue el insigne escritor Martín Luis Guzmán –proyecto concretado en el lopezmateísmo, pero cuyos antecedentes se encuentran desde el porfiriato y en los gobiernos posrevolucionarios de Obregón, Cárdenas y Ávila Camacho cuando se entregaron, entre otros, materiales de lectura y cartillas de alfabetización–.

Aquel anuncio de mediados de siglo de que el gobierno federal iniciaría la elaboración y entrega de materiales de este tipo para todas las escuelas oficiales cuyo uso sería obligatorio desató una serie de oposiciones y resistencias por grupos cercanos a ideas confesionales y conservadoras. Grupos empresariales y asociaciones de padres de familia manifestaron que era el inicio de la ideologización de la niñez y constituía una decisión autoritaria. En el contexto de anticomunismo, las denuncias contra el gobierno fueron fuertes, pero no prosperaron. El primer tiraje fue de 16 millones de ejemplares.

Los libros de textos gratuitos buscaron organizar, de conformidad con los planes y programas oficiales, lo que se enseñaba en las escuelas y generar un piso de igualdad: que todas las niñas y los niños aprendieran lo mismo. Por primera vez, los niños de escuelas urbanas y rurales, públicas y privadas, sería tratados como iguales, al menos en lo que respecta a los materiales educativos. Que no era menor cosa. Antes, solo aquellos que podían pagar los libros, vendidos por editoriales privadas, podían tener uno que apoyara su educación. Era evidente que solo una pequeña parte de los educandos tenía el dinero para comprar alguno.

Estos materiales, los libros que cada ciclo escolar se entregan en las escuelas, son testimonio de que cuando el Estado mexicano se lo propone, puede hacer grandes cosas. Desde finales de la década de los cincuenta del siglo XX, se volvió autor, editor, impresor y distribuidor para cumplir con su función, una de las más valiosas, brindar educación a la niñez mexicana. En 2022 se entregaron cerca de 16.8 millones de ejemplares. El éxito de esta monumental tarea no está en duda. La entrega de ejemplares es equiparable a la que se ha hecho con las campañas de vacunación. Llegan a los lugares más remotos de la República.

Los libros de texto gratuitos deben, como ha ocurrido en ocasiones pretéritas, ser elaborados por personas expertas, no debe haber lugar a la improvisación y el sello laico del Estado no es opcional.

Con todo, hay que tener siempre presente que este tipo de libros también son un campo de disputa por la educación, por la narrativa gubernamental y, al mismo tiempo, por el futuro.

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