El lugar que ocupamos las mujeres / Lucia Lagunes Huerta

El reto de las mujeres en el espacio público es asumir la ética feminista como el camino para estar en el mundo público masculino y no perderse en el patriarcado

Mary Wollstonecraft fue, sin lugar a dudas, una feminista visionaria, lo que le ha valido trascender al olvido y su época. En la introducción a Vindicación de los derechos de la mujer, Mary escribió que las mujeres civilizadas habían sido embaucadas por un homenaje engañoso que solo las llevaba a ansiar “inspirar amor, cuando deberían albergar una ambición más noble y exigir respeto por sus capacidades”. Dos siglos después el embaucamiento del cual habla Wollstonecraft, este sigue vigente en nuestra época, pese a los espacios ganados.

Una diferencia abismal de la época en que Mary Wollstonecraft escribió su alegato a favor de los derechos de las mujeres (1791) es que hoy, las mujeres forman más parte del mundo público, lo que muchas de ellas no han superado es el ansia de inspirar amor más que de ser reconocidas por sus capacidades.

Es fácil darnos cuenta del espacio ganado, solo hay que echar un vistazo al espacio público para atestiguar que ellas están donde antes no existían; sin duda esa es una buena noticia, porque su presencia es fruto de una larga historia en la conquista de los derechos humanos de las mujeres, en donde Mary encabeza junto a otras la lista de las pioneras.

Pero que haya más mujeres en la esfera pública no implica olvidar que la presencia numérica femenina no significa necesariamente que la forma de hacer política y las reglas del juego han dejado de ser masculinas y patriarcales.

Cada que los hombres en puestos de decisión nombran a una mujer porque son bondadosas, leales, carismáticas (entre otras cosas) y no evidencian sus capacidades para ocupar el cargo, lo que fomentan es deslegitimar su presencia pública, impulsan la política del agrado en las mujeres y rompen su autonomía.

Para la sociedad, el mensaje que se manda es que les hacen un favor por los años de servicios, por el cariño que les tienen, pero no por sus capacidades; por lo tanto, entran al encargo debilitadas en su legitimidad —que tendrán que ganarse cuesta arriba— y muchas concluyen su período sin lograrlo, porque el resto de hombres que las rodean seguirá mirándolas como a las que «se les hizo el favor», no las que ganaron el puesto.

Para las mujeres que ingresan a la política y los espacios de decisión, tener claro el lugar que ocupan hace la diferencia entre entrar con los ojos cerrados e ilusorios de que están jugando con las cartas abiertas y en igualdad de condiciones, y partir con la claridad del camino minado en que andan para salir lo mejor libradas que puedan.

Ellas necesitan tener conocimiento de estos retos al ocupar un lugar en la mesa donde los hombres todavía toman las decisiones, porque su actuar tiene impacto en todas nosotras.

Tal como lo propone la teórica feminista Marcela Lagarde, la presencia de las mujeres en la política debe servir para dignificar la política misma, por medio de la incorporación de valores democráticos, transparentes, libertarios, sin sexismo ni misoginia: solo así podremos seguir avanzando. Como lo señala la filósofa Amelia Valcárcel, la democracia es nuestra casa porque, solo en ella, las mujeres hemos podido avanzar en nuestros derechos. Si no alimentamos la democracia, nuestros propios derechos se ponen en peligro.

El reto de las mujeres en el espacio público es asumir la ética feminista como el camino para estar en el mundo público masculino y no perderse en el patriarcado, pues como señala Lagarde —quien fue diputada federal del 2003 al 2006—, las feministas hacen política para universalizar los máximos avances en los derechos humanos de las mujeres para que todas puedas acceder a ellos.

Pero si se repite la política masculina que en esencia en sexista y misógina, ¿dónde está el cambio?

Perder de vista los impactos de las acciones y la forma de gobernar de las mujeres, especialmente para la legitimidad de la presencia femenina en el espacio público, es darles la espalda a años de avance y dejar ir la oportunidad histórica de cimentar nuestro derecho de estar en el mundo público, cuando hoy son tantas las que gobiernan, legislan, deciden y representan a las mujeres.

En esta época donde es políticamente correcto «tener mujeres” en espacios de decisión, la instrumentalización de su presencia por los hombres en el poder para avalar un supuesto progresismo promujeres —ojo, no proderechos— es ayudarles a no cambiar las condiciones de desigualdad y discriminación ni de ellas ni del resto de las mujeres.

Por el contrario: esto se puede convertir en un búmeran regresivo para las nuevas generaciones de mujeres políticas, pero también en un obstáculo para que las mujeres que tienen conciencia de su historia y sus derechos ganados lleguen al poder, porque son ellas las que hacen los cambios de fondo y eso, ellos sí lo tienen presente.

Hacer conciencia del lugar que ocupan y de la historia que les ha permitido llegar es el primer paso para trascender el número y ganar la conciencia de sí mismas.

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