Explicar la guerra / Eduardo Torres Alonso

¿Cómo se puede explicar la barbarie?, ¿qué palabras se pueden usar para racionalizar la muerte?, ¿quién puede decirle a sus hijas e hijos que un enemigo acecha en la oscuridad?, ¿qué decirle a los abuelos y a las abuelas que vivieron, junto con sus padres, la persecución de otras guerras?, ¿dónde sentirse a salvo?, ¿qué responder cuando una niña o un niño, llevando a su mascota consigo, pregunta por qué huyen?, ¿qué palabras pronunciar para encontrar un poco calma?

La muerte está más cerca de lo que se piensa. Desde el 24 de febrero por los medios de comunicación convencionales y las redes sociales digitales se presencia la desolación, el temor y la incertidumbre. Los videos y las fotografías de estos días hacen recordar que la guerra no son las producciones fílmicas multimillonarias, sino la decisión de unos sobre la vida de otros. Mientras se escuchan los sonidos del fuego cruzar el aire, miles de personas se refugian bajo tierra y cruzan las fronteras cargando unas cuantas cosas que les recuerdan su historia.

¿Qué se puede decir cuando las familias se despiden de sus hijos e hijas porque, ya sea por obligación o por decisión propia, tomarán las armas para cumplir con las órdenes de su gobierno o para defender a su país?, ¿qué sensación deja ver los videos de adultos jóvenes despidiéndose de sus padres?, ¿qué le sucede a la humanidad al escuchar las transmisiones de los soldados que se enfrentan al enemigo, que los supera en número y armamento, y saber que después de contestar que no se rendirán, no dirán más?

Nuestra generación no está acostumbrada a las grandes guerras –a las guerras totales–, aunque los soldados, las bombas y la pesadumbre no nos es ajena. Tal vez, por haber vivido con invasiones aquí y allá, y con la violencia criminal de nuestra sociedad, no se nos erice la piel. Tal vez, por dudar de todo, incluso de lo que pasa frente a nuestros ojos, por las noticias falsas y las cámaras de eco, estamos perdiendo nuestra capacidad de asombro y sentido de realidad. Tal vez, y sólo tal vez, por vivir un tiempo de lazos fragmentados no se nos acelere el corazón y dubitemos al condenar la invasión armada que hoy se vive.

Algunos dirán que lo que se ha visto en estos días no puede ser juzgado a la luz de la moral, porque la guerra es un hecho registrado de forma permanente y una manera de construir instituciones que, paradójicamente, perseguirán el mantenimiento de la paz. Sin embargo, si no se asume una posición moral que exprese lo que resulta inaceptable para la convivencia, ésta no tiene sentido ni futuro plausible. Sin ser un pacifista ingenuo, se debe rechazar la guerra, oponerse a la movilización de los ejércitos y solidarizarse con las víctimas de las crisis que aún se asomarán en los territorios afectados.

Intentar explicar la guerra en el siglo XXI, en medio de una crisis de salud, con dos conflagraciones mundiales precedentes y en una era que registra los mayores adelantos tecnológicos en la historia, genera una sensación de vacío y angustia.

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