Galimatias / Ernesto Gmez Panana

Tlayudas y podadoras

Con el asunto del nuevo aeropuerto de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México las opiniones se polarizan. Desde la perspectiva incondicional que afirma que es una obra impresionante, hasta la extrema opuesta que sostiene que nunca se comparará con lo magnánimo del ex-NAIM que habría-sido-y-no-fue, en Texcoco. Opinar favorable e incondicionalmente, dada mi posición laboral pudiera parecer no sólo lo obvio sino también lo lógico pero el galimatías no se autocomplace ni se habla a sí mismo. Intento ser objetivo y «analítico». Aquí mi opinión.

El complejo aéreo recién inaugurado el lunes, el AIFA, es de aplaudirse, pues en una enorme metáfora que engloba mucho de todo esto que somos como nación. Explico:

El aeropuerto de Texcoco (NAIM) -dicen quienes saben- además de ser un proyecto aeroportuario de mayor capacidad -un «hub» dicen quienes conocen porque han viajado y conocen el Adolfo Suárez-Barajas, el Heatrow o el MIA o algún otro de los más grandes del planeta-, era también un complejo comercial de primer mundo, las mejores y más caras franquicias rentarían locales para vender café, hamburguesas, tragos, ropa, joyas o perfumerías a precios internacionales.

El área comercial del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en si todo el complejo de documentación y abordaje, es más pequeño, más austero dirían algunos. Y si, puede que si -no lo afirmo pues nunca he estado ahí- pero no somos Londres ni Sídney. No tenemos ese PIB, no tenemos esa infraestructura y el AIFA pareciera una obra más realista, más acorde a lo que somos como país: un país en el que más mexicanos desayunan tlayudas y muchos menos Krispy-Creme (me excuso de decir que ambas opciones son igual de antinutritivas).

El NAIM planeaba múltiples y «muy modernas» vías de acceso -freeways- para los viajeros y al AIFA se le achacan mayor lejanía y mala calidad de las rutas. Puede que si, lejanía, mas o menos la misma lejanía que hoy día tiene que transitar a pie un habitante de El Corralito para llegar a la cabecera municipal de Oxchuc y poder conseguir una medicina o enviar un telegrama. Caminando. Congruencia.

¿Calidad de las rutas? No menos complicadas que las que transita cualquier estudiante que viaja de Ecatepec a Ciudad Universitaria o un obrero que vive en Xochimilco y entra a trabajar a las 7 am a alguna fábrica en Tlalnepantla.

El NAIM pretendía integrar un tres pistas en las que podrían aterrizar o despegar aeronaves simultáneamente y el AIFA tiene únicamente dos y pretende operar en conjunto con el actual aeropuerto Benito Juárez y el de Toluca. Mismo argumento:
para bien o para mal, como país y como gobierno, tenemos una historia de deconstrucciones y resignificación de proyectos: un palacio legislativo que trastocó en Monumento a la Revolución, una casa presidencial transformada en complejo cultural, un arco bicentenario que terminó únicamente en torre bicentenaria. Agregamos, transformamos, complementamos o adecuamos sobre la marcha de la historia. Esto es lo que hay, es una muestra de lo que somos. Antes que bien o mal. Es lo que somos. Aspirar a vivir en un país perfecto -primermundista, rico, equitativo y justo- es válido. Suponer que este en el que vivimos ya lo es, es un error. Pretender que un aeropuerto es la puerta de entrada a ese primer mundo es cuando menos cándido, o naive, para estar a tono.

Como último argumento comparto el dato de una encuesta realizada por Parametría en 2017: el 70% de los mexicanos nunca ha viajado en avión, volar sigue siendo caro y pocos en nuestro país pueden hacerlo. Cómo dice la canción de Arjona, «aunque no tengo jardín, ya compré una podadora»

Los argumentos anteriores me recuerdan alguna ocasión en la que la discusión eran los «bajos niveles» de lectura de los niños y jóvenes mexicanos comparados con los de sus pares de Noruega o Japón y mi argumento era en mi opinión tremendamente básico y evidente: la diferencia en nuestros niveles de lectura era similar, si no es que idéntica, a las diferencias entre los hospitales noruegos y los hospitales mexicanos. Igualmente sucede con la diferencia en la calidad de la educación entre Osaka y Morelia. Idéntico sucede con la impartición de la justicia -el penoso caso Gertz-, la calidad de las carreteras o la calidad de nuestros sistemas de transporte público. No somos Noruega porque no somos noruegos.

Oximoronas. Estos tiempos del internet provocan que hoy, periodistas, funcionarios, columnistas y cualquiera nos convirtamos en expertos en «aeropuertología»… antes lo fuimos en COVID, en dietas queto, en voto útil o huachicol. Mañana lo seremos en revocación y trazos ferroviarios.

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