Mundo raro / Ornan Gmez

Las paredes dicen

Me despertó el trino de los pájaros a las seis de la mañana. Me levanté de la cama y me asomé a la ventana. Más allá del bosque de robles, la ciudad resplandecía. Despierta entre el bullicio metálico de los coches, pensé. Rumbo a los Lagos de Montebello, una línea rojiza sobre el horizonte advertía la salida del sol. Corrí a la cocina, preparé una taza de café y subí al balcón. Mientras daba un sorbo, el viento frío erizó los vellos de mi cuerpo y alborotó mis cabellos. Dentro de la casa, Rita, Eduardo y Ximena dormían como osos.
La ciudad se veía quieta, como un recién nacido. Dentro de aquellas casas, algunas personas seguirían dormidas. Y era normal, porque era sábado. Día de asueto para algunos, que irían a descansar del trabajo a orillas de algún lago. Otros se curarían la reseca de la víspera en algún botanero. Otros más irían a meterse a alguna iglesia para expiar las culpas. Y, algunos, que despertaron en algún motel de la periferia, estarían haciendo el amor.
Terminé el café y decidí dar una vuelta por las calles. Subí al automóvil y salí de casa. Si fumara, pensé con aires de Tom Ripley, protagonista de Patricia Hishsmith, encendería un cigarrillo. La calle de mi casa es terracería, por lo que es común encontrar charcos de agua donde los pajarillos sacian la sed. A un costado, hay un bosquecillo de robles habitados por víboras y liebres. A esa hora, las chachalacas producían una algarabía propia de briagos desvelados. Algunas mariposas revoloteaban sobre las flores silvestres, mientras la luz del día se extendía como una caricia.
Llegué a Los robles, que es un fraccionamiento de casas de dos pisos, amontonadas como todas las casas de fraccionamiento. Salí de Los robles y tomé la calle que lleva a la feria.
Mientras manejaba, el día se iba aclarando más. Y entonces fue cuando lo noté. Las bardas estaban pintarrajeadas con anuncios publicitarios de políticos locales. Algunas paredes lucían el nombre de un regidor que, dice, es amigo de todos, porque en su organización caben todos. Hágame el chingado favor, refunfuñé. Pues claro que caben todos, porque representan votos. Más allá de eso, nada. ¿Acaso el regidor, antes de su campaña política, solía fotografiarse con todo mundo? No, respondí. Es que ahora anda tras el hueso.
Luego leí Un regidor de tu lado. Si las vallas pudieran hablar, mandarían a la chingada tanta estupidez pintada en ellas. ¿Acaso los políticos no entienden que, con sólo mencionarlos, la ciudad se afea, como para seguir ensuciándola con sus estúpidos anuncios publicitarios? Más adelante, al fondo de un callejón, sobre una barda que bien podría usarse para escribir el nombre de quienes levantan la basura de la ciudad, pues ellos sí aportan al municipio, se leía: Yo quiero tener un millón de amigos. ¿Y para qué?, me pregunté mientras detenía el coche. ¿Hace falta mencionar mi molestia por la contaminación visual que produce esa basura electoral?
Pero los políticos piensan que, mandando pintar las paredes con sus anuncios publicitarios, garantizan los votos de los ciudadanos. Según ellos, eso, más despensas, láminas y tortas, y un sinfín de reuniones para hacerse fotos y publicarlas en el Facebook, los convierte en «populares» y con posibilidades para negociar un hueso en el municipio. Pero de allí a que estos fulanos sean representantes del esfuerzo popular, hay mucha distancia. La política es el cártel más redituable en estos momentos, y ellos simples sicarios, me dije.
Los verdaderos hombres del esfuerzo son aquellos que día a día están ofreciendo su fuerza e ingenio a la ciudad. Los albañiles y los artistas, son ejemplo. Ambos son dignos de mencionarse, porque día a día están creando para embellecer la ciudad. Pero los políticos no, porque tienen al municipio de cabeza. Prueba de ello, es el adeudo a CFE. En esas bardas deben aparecer nombres de niños y mujeres que sí están aportando esfuerzos para la belleza de Comitán. Allí están los estudiantes sobresalientes, las parteras, los artesanos. O los poetas que cantan a la ciudad. O los pintores que iluminan a Comitán. Pero los políticos no, porque sólo le roban al municipio.
Los cercos de concreto pueden servir para resaltar nuestra cultura tojolobal, me quejé mientras daba vuelta al vehículo para volver a casa. Así, los turistas, más que un anuncio político, contemplarían verdaderas obras de arte. ¿Pero cómo exigirle eso a las autoridades, si la cultura que poseen a penas les alcanza para organizar ferias donde el alcohol corre como agua de los drenajes? Eso es utopía, mi buen, me dije. En esta parte del mundo, los políticos piensan que, tapizando las bardas, los postes, las piedras, y el Facebook con sus anuncios publicitarios, con eso van a ganarse la simpatía de los ciudadanos.
Manejé de regreso a casa sintiendo alfileres en el estómago. ¿Y dónde está la ley que prohíbe estas campañas adelantadas? La ley es una loquilla que se vende al mejor postor. Y estos fulanos, por el momento, son los mejores clientes.
Si viviéramos en una ciudad con autoridades cultas, las cosas serían diferentes. Al menos las paredes podrían servir como posibilidades para difundir el arte. Imaginé fragmentos de novelas, cuentos o poemas completos. O quizá murales. Frente a mi casa recordé el famoso Libro de los abrazos de Eduardo Galeano. Antes de abrir el portón, repetí:

Las paredes dicen/ 2:

En Buenos Aires, en el puente de la Boca:
Todos prometen y nadie cumple. Vote por nadie.
En Caracas, en tiempos de crisis, a la entrada de uno de los barrios más pobres:
Bienvenida, clase media.
En Bogotá, a la vuelta de la Universidad Nacional:
Dios vive.
Y debajo, con otra letra:
De puro milagro.
Y también en Bogotá:
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Y debajo, con otra letra:
(Último aviso).
Después entré.

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