No perdamos San Cristbal / Sandra de los Santos

Eran casi las 10:00 de la noche y el hambre me obligó a salir del hotel en el que me hospedaba en el centro de San Cristóbal de las Casas. No quería caminar mucho así que me conforme con comer una crepa en un negocio ambulante que era atendido por una niña que calculo no llegaba ni a los 15 años. Le pregunté si a qué hora se iba y supongo que notó mi preocupación porque me respondió: «a medianoche, pero mi patrón paga porque nos cuiden (así en plural porque son varias adolescentes quienes atienden este tipo de puestos en la zona)».

Mientras ella me decía eso pasaron dos jóvenes en una motocicleta le pitaron y la adolescente me dijo «ya ve…ahí van, son quienes nos cuidan». No le dije nada, solo le respondí con una media sonrisa y ya ni la crepa me supo bien, de esto tiene alrededor de un mes.

Para mí era evidente lo que acababa de ver: comerciantes que pagan «derecho de piso», que ofrecen dinero para que no les hagan nada a sus negocios y las personas que los atienden, muchas de ellas menores de edad.

La violencia que se vive en San Cristóbal desde hace un año es algo que ya no se puede ocultar, no hay quien no se asuste con solo el sonido de una moto o cuando ve arriba de ella a dos jóvenes. «Son de los motonetos» dicen.

Los llamados «motonetos» son jóvenes, en su mayoría tsotsiles, que se transportan por parejas en motocicletas y en ellas cometen diferentes delitos, desde el narcomenudeo hasta el asesinato de personas. El periodista Fredy López Arévalo fue asesinado a finales del año pasado por uno de los integrantes de este grupo.

En más de una ocasión la policía municipal ha detenido a alguno de los jóvenes, pero son sacados de la comandancia por los integrantes del resto del grupo.

El presidente municipal de San Cristóbal de las Casas, Mariano Díaz Ochoa este martes 14 de junio, después de la balacera en la zona norte, dijo algo que para todos eran evidente: la autoridad municipal está rebasada.

Pero, lo que está sucediendo en San Cristóbal de las Casas no es producto de la generación espontánea,  es algo que no se estuviera cocinando de a poco desde hace años. Los jóvenes que ahora son parte de los «motonetos» no salieron un día y se juntaron por azares del destino.

Muchos indígenas tsotsiles que son de este grupo son parte de familias de desplazadas de comunidades indígenas o que tuvieron que migrar buscando una mejor vida, pero en la ciudad lo que encontraron fueron trabajos mal remunerados y discriminación.

Lo que está pasando en San Cristóbal de las Casas no es nuevo, un fenómeno igual se dio en Ciudad Juárez y otras ciudades del norte. Familias que migraban de otras partes y llegaban a la ciudad en busca de mejores oportunidades, pero terminaban viviendo en la periferia, trabajando todo el día y dejando a sus hijos e hijas en la niñez o la adolescencia creciendo solos, siendo «los soldados» perfectos para el crimen organizado.

Hace unos días, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) anunció la llegada de 500 elementos a la región de los Altos para combatir la violencia sobre todo en San Cristóbal de las Casas. Pero, para solucionar lo que sucede en esa región no se necesitan cientos de militares lo que se requiere es resolver la pobreza estructural, ofrecer un tipo de futuro diferente a esos jóvenes, dejar de expulsar a los pueblos indígenas de su territorio, dejar de hacer como que no pasa nada cuando está pasando todo.

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