El renacimiento de Acapulco / Claudia Sheinbaum

Se cumple un mes del azote del Huracán Otis en el destino turístico más emblemático del pacífico mexicano. Desde entonces ha corrido mucha tinta tratando de explicar tanto la ausencia de una alerta temprana que advirtiera a la población la gravedad de la amenaza, como las consecuencias económicas y sociales que causó la devastación y sobre la capacidad de recuperación de las comunidades afectadas.

Quiso el capricho de la naturaleza que en los 500 kilómetros de litoral que tiene Guerrero, las ráfagas de viento de 330 kilómetros por hora tocaran tierra justo en esa bahía, dejando una imborrable estela de destrucción urbana, devastación económica y depresión colectiva, ¿qué viene para Acapulco tras el impacto del huracán?

El Inegi reportó en el último Censo que la ciudad cuenta con una población total de 800 mil habitantes, el 22% del total de guerrerenses. Es también el municipio de mayor dinamismo económico de los 85 de esa entidad y por tanto el que más aporta al PIB estatal. Pero es también el de mayores carencias sociales: el 78% de la población ocupada se encuentra en la informalidad, muy por arriba de la media nacional que es del 54%; en ese destino costero rodeado de lagunas (Tres Palos y Coyuca) y de majestuosos ríos (Papagayo y Coyuca) sólo el 66% de las viviendas cuentan con agua entubada, mientras que 44% de la población tiene nivel básico de escolaridad.

Varios factores han contribuido al gradual deterioro del tejido social en el puerto. La desigualdad y la exclusión, visibles en las zonas suburbana y rural, son el caldo de cultivo ideal para la presencia de organizaciones delincuenciales que se disputan el territorio y dirigen actividades criminales entre las que se encuentra una brutal: la del turismo sexual y la pedofilia.

Tengo una especial cercanía con Acapulco desde hace décadas. En diversos momentos de mi actividad profesional he constatado la calidez de su gente y su aptitud hospitalaria. Guardo entrañable amistad y cariño con muchas de ellas de quienes he escuchado testimonios escalofriantes sobre la fuerza y la furia catastrófica de Otis la madrugada del 25 de octubre. Ninguna casa-habitación, ningún hotel se salvó de tener algún daño tras el paso del meteoro, de esa magnitud fue su saña destructora.

Desde la Colectiva Nacional 50 más 1 sumamos esfuerzos a las innumerables muestras de solidaridad surgidas desde la sociedad civil para ayudar a mujeres y hombres que observan con preocupación y angustia la pérdida de su patrimonio y la incertidumbre de contar pronto con ingresos que alivien su difícil situación, especialmente por la ausencia de turismo en fechas clave como diciembre.

Nuestra visita nos dejó con un nudo en el corazón. Infinidad de colchones, tinacos, muebles y ropa arrasada por el huracán colman las calles; las condiciones de salud y precariedad en niñas, niños y adultos son enormes y la demanda de agua una exigencia permanente.

Aún es largo el camino para el pleno restablecimiento de la actividad económica y turística; es fundamental pensar en un seguro de desempleo que atenúe la situación de desamparo por lo menos dos años. Y más apremiante aún recuperar la convivencia y el tejido social que desde hace años se quebraron por el dominio de grupos delincuenciales empeñados en sumir en la decadencia al icónico puerto y a las infancias, que son las más vulnerables.

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